«Una excursión a los indios ranqueles», una crónica de viajes

El 30 de marzo de 1870, desde el Fuerte Sarmiento, partió una comitiva encabezada por el coronel Lucio V. Mansilla a «Tierra Adentro» con el objetivo de firmar un tratado de paz con los ranqueles.

Una excursión a los indios ranqueles es una obra de la literatura del escritor, periodista, político y militar argentino Lucio V. Mansilla (1831-1913) que se publicó a modo de apostillas en 1870 en un diario de la época titulado La Tribuna.

Describe su encuentro en los primeros días de abril de 1870, como coronel del Ejército Argentino, con el lonkonato («cacicazgo», en el idioma mapuche hablado por los ranqueles) en su propio territorio (actualmente dentro de la provincia de La Pampa) y su reunión con el cacique Panguitruz Guor («Zorro Cazador de Pumas»), que se hacía llamar Mariano Rosas, nombre que le había dado su captor Juan Manuel de Rosas. El motivo del viaje era convencer al cacique de trasladarse a la comandancia de Río Cuarto (provincia de Córdoba), para refrendar un tratado de paz con el gobierno argentino.

Además su principal objetivo era facilitar el trazado de los ferrocarriles, el telégrafo y la construcción de caminos para integrar la Nación. Propuso la compra de sus territorios -pese a que no se los habían reconocido, y estaba vigente la ley de 1867 que ordenaba su expulsión al otro lado del río Negro- como medida dilatoria hasta lograr su dominio militar.

Junto a 18 hombres casi desarmados, dos de ellos misioneros franciscanos, decidió concurrir a las tolderías ranqueles para convencer a sus caciques; la expedición recorrió unos cuatrocientos kilómetros a caballo desde el fuerte cordobés de Río Cuarto hasta los límites actuales de las provincias de La Pampa y San Luis. Intentó congraciarse con los nativos, cambió su visión inicial admirando su modo de vida, aunque no vaciló en decidir su sometimiento.

«Una excursión a los Indios Ranqueles», nace en forma de epístolas que Mansilla -contando los sucesos de la expedición- dirige en primera persona a su amigo Santiago Arcos y a un lector ficticio. Las mismas fueron publicadas en el diario de la época La Tribuna entre el 20 de mayo y el 7 de setiembre de 1870. Ese mismo año, el director del diario, Héctor Varela, recopiló las cartas -más otras cuatro finales que no llegaron a salir- editando el libro completo en dos tomos, con un total de 68 capítulos (uno por cada epístola). Cinco años más tarde, la obra sería galardonada con el primer premio del Congreso Geográfico Internacional de París, y posteriormente traducida a varios idiomas.

…Sea esto lo que fuere, la triste realidad es que los indios están ahí amenazando constantemente la propiedad, el hogar y la vida de los cristianos.
¿Y qué han hecho estos, qué han hecho la civilización en bien de una raza desheredada que roba, mata y destruye, forzada a ello por la dura ley de la necesidad?
¿Qué han hecho?…Párrafos del epílogo de Una excursión a los indios ranqueles

La travesía del coronel Mansilla ―18 días entre el 30 de marzo y el 17 de abril de 1870― junto a 18 hombres casi desarmados, dos de ellos misioneros franciscanos, consistió en un viaje de unos cuatrocientos kilómetros a caballo, desde el fuerte cordobés Sarmiento de Río Cuarto hasta la laguna Leuvucó en los actuales límites de la provincia de La Pampa y la provincia de San Luis. En este último lugar, en el que permaneció 18 días, se encontraban las tolderías de Leuvucó, donde Mansilla, charló con Mariano Rosas intentando convencerlo de refrendar un tratado de paz que en verdad él sabía tenía una validez relativa, ya que si bien Domingo Faustino Sarmiento lo había aprobado como presidente, aún faltaba que lo aprobara el Congreso.

El tratado además proponía la compra a los indígenas de sus territorios, los cuales sin embargo aún no se les habían reconocido. Más aún, una ley de 1867 ordenaba su expulsión al otro lado del río Negro.

Mansilla en principio no tuvo escrúpulos con todo esto: su viaje tenía como objetivo ganar tiempo hasta que se diera la batalla definitiva. Sin embargo, después de reconocer a los ranqueles, tuvo para ellos palabras de apoyo y defensa. A su vez ellos mostraron recelo y escepticismo durante la presencia de la expedición. En realidad Mansilla, pese a que quedó fascinado por el estilo de vida de los ranqueles, como eurocriollo veía el progreso en el avance y la ocupación de tierras para la agricultura y la ganadería. Tras ese objetivo condujo sus tratativas, y sus verdaderas intenciones se reconocen en su intervención como diputado en el Congreso Nacional. En la sesión del 19 de agosto de 1885 se opuso a que se les concedieran tierras a los ranqueles, aduciendo que las venderían «por una damajuana de vino». También pone en cuestión el tema «de la ciudadanía de los indios». ​

En su excursión describe las paradas, el trabajo de los rastreadores, sus extravíos, o el envío de chasquis.

Reproducimos aquí un fragmento del libro, que trata de su llegada al campamento de Mariano Rosas: «Me daban una lección sobre el ceremonial decretado para mi recepción, cuando llegó un indiecito muy apuesto, cargado de prendas de plata y montando un flete en regla. Le seguía una pequeña escolta. Era el hijo mayor de Mariano Rosas, que por orden de su padre, venía a recibirme y saludarme. La salutación consistió en un rosario de preguntas, todas referentes a lo que ya sabemos, el estado fisiológico de mi persona, a los caballos y novedades de la marcha. A todo contesté políticamente, con la sonrisa en los labios y una tempestad de impaciencia en el corazón. Esta vez, a más de las preguntas indicadas, me hicieron otra: que cuántos hombres me acompañaban y qué armas llevaba. Satisfice cumplidamente la curiosidad. Ya sabe el lector cuántos éramos al llegar a las tierras de Ramón. El número no se había aumentado ni disminuido por fortuna; ninguna desgracia había ocurrido. En cuanto a las armas, consistían en cuchillos, sables sin vaina entre las caronas y cinco revólveres, de los cuales dos eran míos. El hijo de Mariano Rosas regresó a dar cuenta de su misión. Más tarde vino otro enviado y con él la orden de que nos moviéramos. Una indicación de corneta se hizo oír. Reuniéronse todos los que andaban desparramados; formamos como lo describí ayer y nos movimos. Ya estábamos a la vista del mismo Mariano Rosas; yo podía distinguir perfectamente los rasgos de su fisonomía, contar uno por uno los que constituían su corte pedestre, su séquito, los grandes personajes de su tribu, ya íbamos a echar pie a tierra, cuando, ¡sorpresa inesperada!, fuimos notificados de que aún había que esperar. Esperamos, pues… Habiendo esperado yo tanto; ¿por qué no han de esperar ustedes hasta mañana o pasado? La curiosidad aumenta el placer de las cosas vedadas difíciles de conseguir.»

El relato de Mansilla trajo una nueva imagen de los aborígenes, que la literatura solía presentar como feroces, casi excluidos de la condición humana. Él los presentó como productores de una cultura que podía enseñar lecciones valiosas al hombre blanco. Además cambió la imagen que se tenía del gaucho como «bárbaro de la montonera», presentándolo como dotado de nobles cualidades.

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