Julio Argentino Roca
Alejo Julio Argentino Roca nació el 17 de julio de 1843 en San Miguel de Tucumán. Fue el tercero de nueve hijos y dos veces presidente de la República Argentina.

Síntesis biográfica
Alejo Julio Argentino Roca nació en San Miguel de Tucumán. Fue el tercero de los nueve hijos que tuvieron Agustina Paz y José Segundo Roca. Su madre murió cuando Julio tenía 12 años y su padre recurrió a una práctica usual del siglo XIX: el “reparto” de los hijos. Julio fue como pupilo al Colegio de Concepción del Uruguay con dos de sus hermanos, Celedonio y Marcos. Por esos tiempos, Entre Ríos era la provincia más pujante de la Confederación Argentina y el Colegio de Concepción del Uruguay su institución educativa más prestigiosa.
Julio Argentino fue becado a pedido del presidente Urquiza y se incorporó además al curso de instrucción militar. Su primer combate fue justamente en defensa de la Confederación contra el Estado de Buenos Aires, el 23 de octubre de 1859, en la batalla de Cepeda. Más tarde llegaría la unificación de estas entidades políticas en la República Argentina.
Pasó su adolescencia como pupilo bajo el rectorado del docente francés Alberto Larroque y vivió una época “de oro” del Colegio, donde hizo amistad con algunos de los jóvenes provincianos más distinguidos de su tiempo. Los mismos que más tarde ocuparían posiciones políticas destacadas, como Onésimo Leguizamón, Olegario V. Andrade, Victorino de la Plaza y Eduardo Wilde, entre otros.
Como muchos de los hombres públicos de su tiempo, Julio A. Roca llegó a la carrera política a partir de su trayectoria militar. La Argentina del siglo XIX estuvo atravesada por múltiples guerras y conflictos armados por lo que tanto el ejército como las milicias fueron espacios donde se construyeron liderazgos políticos. Al llegar a la presidencia de la Nación, Roca tenía una carrera militar de más de veinte años: había participado en los campos de Cepeda, Pavón y la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay.
Este enfrentamiento bélico le costó la vida a cientos de miles de personas, incluidos su padre José Segundo y sus hermanos Celedonio y Marcos.
A su vuelta del extranjero, Roca participó en las campañas para combatir las montoneras, unidades militares irregulares que se sublevaban contra el gobierno nacional, en San Juan, La Rioja y Salta. Paralelamente revistó en la línea de fronteras en Córdoba, Tucumán, Santa Fe y luego comandante en Salta, Córdoba, San Luis y Mendoza. En 1871, en Corrientes, la batalla de Ñaembé le dio notoriedad a nivel nacional por el enfrentamiento con las tropas de López Jordán.
Su trayectoria militar inspiró en Julio A. Roca una gran preocupación por la cuestión del orden. Como ministro de Guerra, en 1879, escribió una carta a Domingo F. Sarmiento, donde señalaba una y otra vez la necesidad de profesionalización del ejército y su completa subordinación a los poderes estatales para el sostenimiento del orden y clave de una “sociedad civilizada”. Solo de este modo podría ponerse fin a las luchas intestinas.
Orden y progreso
Además de la preocupación por el orden, una cuestión central en la proyección estatal de estos años era la política de fronteras con los pueblos indígenas que habitaban la región chaqueña y pampeano-patagónica. En esta última, durante el siglo XIX, las interacciones entre la sociedad criolla y la aborigen habían combinado los acuerdos pacíficos, las negociaciones comerciales, la diplomacia y la guerra. Las relaciones interétnicas eran complejas y diversas.
A partir de la década de 1870, con la creciente consolidación del Estado argentino, la tensión en las fronteras creció. El Estado nacional estaba cada vez menos dispuesto a sostener la vía diplomática, lo cual acentuó la conflictividad de los grupos indígenas hacia los pueblos de avanzada sobre los espacios de frontera. La Expedición al Río Negro fue aprobada por el Congreso Nacional mediante la Ley 947 el año anterior y representó el cierre de un largo proceso de relaciones fronterizas bloqueando la vía diplomática que había sido una parte sustancial de esas relaciones interétnicas.
La llamada “Conquista del Desierto” no avanzó sobre un territorio despoblado sino que tenía una lógica diferente de ocupación. La campaña militar puso fin a la soberanía de los pueblos indígenas e incorporó miles de hectáreas de tierras al mapa nacional. Afirmó, asimismo, la soberanía argentina en un territorio codiciado por Chile. Tampoco debe perderse de vista un clima de época que entronizaba las ideas de civilización y progreso, a las cuales el indígena era, según la sociedad criolla, refractario. Julio A. Roca fue el líder de esta acción militar, una acción clave de su candidatura presidencial, forjada al calor mismo de la avanzada del ejército hacia el sur.
Esta cuestión es sin dudas la más controversial en la Argentina contemporánea en torno a la figura de Roca, no solo en la historiografía sino también en la opinión pública. Por un lado, Roca es proyectado como un estadista y forjador del Estado argentino moderno. Por el otro, Roca es presentado como responsable del desplazamiento y exterminio de los pueblos indígenas. En la historiografía actual, el debate se sitúa en torno a la discusión entre guerra o genocidio. Cabe destacar que hasta mediados de la década del 80 las críticas a la figura de Roca se habían concentrado más bien en los límites al ejercicio de la república democrática por parte del Partido Autonomista Nacional.
En 1880, el arribo de Roca a la presidencia de la nación se logró mediante la formación de una Liga de Gobernadores. De allí surgió el Partido Autonomista Nacional que lo llevó al poder. En la construcción de esta fuerza política, que no fue fácil de lograr, fue clave la provincia de Córdoba a la que se sumaron la mayor parte de las provincias, excepto Buenos Aires y Corrientes. El triunfo de Roca no fue aceptado por el candidato porteño, Carlos Tejedor y desencadenó una nueva y cruenta guerra civil en Buenos Aires durante el invierno de 1880. Pero finalmente el Estado nacional se impuso, en gran parte gracias al liderazgo militar construido por Roca durante décadas. Una ley del Congreso Nacional sancionó la federalización de Buenos Aires que se transformó legalmente en la capital de la República Argentina. Una nueva etapa comenzaba en la historia del país.