Julio A. Roca y la «Conquista del desierto»
El 25 de mayo de 1879, J. A. Roca y sus tropas militares, enarbolando la bandera argentina y con una misa, conmemoran en Choele-Choel “el dominio de la civilización frente a la barbarie” y la ocupación definitiva de la Patagonia.

Después de que Adolfo Alsina muriera en 1877, el general Julio Argentino Roca fue nombrado nuevo ministro de Guerra por el presidente Avellaneda. Roca se había opuesto a la Zanja de Alsina calificándola de «disparate». ¡Qué disparate la zanja de Alsina! Y Avellaneda lo deja hacer. Es lo que se le ocurre a un pueblo débil y en la infancia: atajar con murallas a sus enemigos. Así pensaron los chinos, y no se libraron de ser conquistados por un puñado de tártaros, insignificante, comparado con la población china … Si no se ocupa la Pampa, previa destrucción de los nidos de indios, es inútil toda precaución y plan para impedir las invasiones.
En contraste con su antecesor Alsina, Roca creía que la única solución contra la amenaza de los indígenas era subyugarlos, expulsarlos, o asimilarlos, porque la política de contención en las fronteras no había dado resultados satisfactorios.
El 19 de octubre de 1875 Roca le manifiesta al presidente Avellaneda su propuesta militar, utilizando por primera vez la palabra «extinción»: A mi juicio, el mejor sistema para concluir con los indios, ya sea extinguiéndolos o arrojándolos al otro lado del río Negro, es el de la guerra ofensiva que fue seguida por Rosas que casi concluyó con ellos…Julio Argentino Roca.
En 1878, durante la presidencia de Nicolás Avellaneda, se iniciaba la «Campaña al Desierto», llamada así por la historiografía oficial. Al mando del ministro de guerra Julio A. Roca, el Estado argentino se propuso extender la frontera al sur de la campaña bonaerense avanzando sobre las tierras indígenas teniendo como consecuencia la desarticulación y desmembramiento de dichas comunidades, a la vez que fortalecía el proyecto de la oligarquía terrateniente y estanciera consolidando la hegemonía del Partido Autónomo Nacional (PAN) e incorporando ciento de miles de hectáreas para el naciente modelo agroexportador. Es en este sentido que podría considerarse una de las principales acciones fundadoras del Estado Nacional.
Hasta 1880 el Estado argentino no había completado la ocupación del territorio que reclamaba como propio. Las zonas no controladas por el Estado eran dos: hacia el norte el Gran Chaco y hacia el sur se extendía la Pampa y la Patagonia. La conquista emprendida por Julio A. Roca fue la más violenta y extendida de las campañas contra los indígenas.
Roca adoptó una táctica completamente distinta a Alsina, organizó una ofensiva militar formada por 6000 soldados del ejército integrado por cinco divisiones equipadas con moderno armamento, los fusiles Remington. Él comandó la primera división compuesta por 2000 soldados e “indios amigos”, cumpliendo su objetivo de llegar a Choele Choel a los márgenes del Rio Negro.
La campaña militar implicó el avance estatal en la región sur y oeste de Buenos aires, la Pampa, Sur de Córdoba, San Luis y Mendoza; además de la región norpatagónica de Neuquén y Río Negro. La mayor parte de la población indígena que allí habitaba fue apresada y quedó a disposición del gobierno nacional que estableció como políticas del Estado la desestructuración social de las comunidades. Esto se llevó adelante de dos formas intervinculadas: una vez apresados los indígenas eran trasladados y confinados en distintos espacios de encierro dependientes del Ejército y la Marina (el más conocido en la Isla Martín García) con el objetivo de “civilizarlos” donde los bautizaban y cambiaban sus nombres, para luego pasar al sistema de reparto que implicaba la distribución de manera forzada en emprendimientos productivos (estancias, ingenios, viñedos, canteras, etc.).
Luego de estar asegurado el territorio por parte del Estado argentino, el proceso de conquista se complementó con un discurso oficial que tenía por objeto la invisibilización de las diferentes comunidades. La diversidad de pueblos y sus diferentes características pasaron a ser simplificadas en la generalización del “indio” borrando así los nombres de dichas comunidades. Ese “otro” construido como inferior e incivilizado fue reemplazado en la historiografía oficial por la imagen de una Argentina donde sus habitantes bajaron de los barcos provenientes de Europa.
Cuando Julio A. Roca emprendió la violenta conquista, las comunidades indígenas se hallaban debilitadas y no representaban una amenaza para el territorio “civilizado”. Por lo tanto, los objetivos estratégicos eran político- económicos.
Necesitaban de ese territorio para lograr incorporarse de forma definitiva al mercado mundial como socios dependientes del imperialismo inglés y satisfacer así la creciente demanda de carne y cereales por parte de Inglaterra, a la vez que permitían el ingreso de capitales extranjeros tanto en forma de deuda pública como en inversiones de infraestructura para “modernizar” el país. Bajo esta lógica se financió la expedición militar y se repartieron las tierras arrancadas a los indígenas: a través de la Ley N° 979 sancionada en 1878 se establecía que: “El Poder ejecutivo queda autorizado para levantar sobre la base de todas las tierras públicas mencionadas una suscripción pública para los gastos que demande la ejecución de la ley. A medida que avance la línea de frontera se harán mensurar las tierras y levantar planos, dividiéndose en lotes de 10.000 hectáreas, con designación de sus pastos y aguadas y demás calidades…”
Junto con este decreto el Estado emitió bonos de $100 equivalentes a 250 000 hectáreas, los cuales fueron vendidos entre la elite que encontró un gran negocio para hacerse de grande extensiones de tierra a muy bajo costo. Estos bonos llevaron el nombre de “suscripción popular de 2.2000.000 $” y se debían adquirir como mínimo cuatro de ellos. Es en este sentido, que la conquista puede pensarse como una “empresa mixta” que combinó capitales privados y recursos estatales.
El Estado vendió, a muy bajo precio, más de 41.000.000 hectáreas en una zona de enorme productividad agropecuaria, cuya propiedad se concentró en manos de un pequeño grupo de no más de 541 terratenientes, cerrando el camino una vez más la posibilidad de acceso a la tierra de los inmigrantes europeos del período.
Fuente: – Pérez Pilar, Estado, indígenas y violencia. La producción del espacio social en los márgenes de Estado argentino. Patagonia central 1880-1940, tesis doctoral, FFyll, Universidad de Buenos Aires, 2013.
– Peña, Milcíades, De Mitre a Roca. Consolidación de la oligarquía anglocriolla. Ediciones Ficha, Buenos Aires, 1975.