La trastienda del acto fundacional de la Ciudad de La Plata

La Plata era, sobre todo, el mejor ejemplo de la capacidad creadora de los argentinos. Moderna en su concepción urbanística, distinta en las características de su sociedad, exenta de las tradiciones hispánicas que pesaban sobre las otras ciudades del país.

En febrero del año 1880, con la sanción de la ley que proclamaba a la ciudad de Buenos Aires como Capital Federal de la República Argentina, comienza el proceso político que culmina con la fundación de la ciudad de La Plata.

El gobierno provincial debía trasladarse a otra ciudad, para lo cual se estudiaron varias localidades bonaerenses pero ninguna era satisfactoria. El entonces gobernador de la provincia, Dr. Dardo Rocha, decidió fundar una nueva ciudad.

El Municipio de Ensenada reunía las condiciones necesarias: tenía puerto, relativa proximidad con Buenos Aires, buenas condiciones topográficas y climáticas y posibilidades de canalizar allí la economía de la provincia.

Por un decreto del 6 de mayo de 1881 se llamó a concurso internacional para proyectar los cuatro edificios principales: Casa de Gobierno, Legislatura, Municipalidad y Catedral.

El nombre de La Plata surgió por iniciativa del senador José Hernández, autor del Martín Fierro, quien fundamentó su posición en el nombre de Virreinato del Río de La Plata, que había llevado la región.

El diseño de la ciudad

La ciudad de La Plata tiene un diseño particular. Su trazado es un cuadrado perfecto, en el cual se inscribe un eje histórico. Sobresalen las diagonales que lo cruzan formando pirámides y rombos dentro de su contorno, con bosques y plazas colocadas con exactitud cada seis cuadras. Responde a criterios de organización, equilibrio y orden entre el espacio construido y el espacio verde que funciona como articulador.

Su fundación

Sería el 19 de noviembre, fiesta de San Ponciano, Patrono de la ciudad. La piedra fundamental debía colocarse en una urna que sería enterrada en el centro de lo que habría de ser, con el tiempo, la plaza principal.

Febrilmente comenzaron los preparativos de la ceremonia, que se había proyectado para que tuviera una gran majestuosidad.

Se abovedó con conchillas el trayecto entre la estación y la plaza y se cursaron las invitaciones generosamente. Ante todo faltó el padrino, el Presidente de la Nación, Gral. Roca quien se hizo representar por el Ministro Victorino de la Plaza.

La Plata se vistió de gala. Raleada aún, sin densidad poblacional, fue la ocasión de celebrar la colocación de la piedra fundamental. ¿Cómo festejarlo? Con un mega asado…

Los invitados llegaron de todas partes, pero especialmente de Buenos Aires. El dilema era el asador… ¿Quién se enfrentaría a la quimera de satisfacer los estómagos de tantas celebridades hambrientas?

Quien tomó el guante fue el escritor y senador José Hernández que, entre sus aficiones estaba la de asar. Se carneron 100 novillos. En tanto, él al mando de los parrilleros daba indicaciones pormenorizadas para que las piezas salieran en su punto.

Las cosas no fueron como esperaba. Los invitados fueron llegando de manera escalonada: algunos cuando las carnes aún estaban crudas, otros con las piezas chamuscadas. De todos modos, la fama de buen asador de Hernández nunca decayó.

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