Estanislao Zeballos, un detallista profanador de tumbas

Una de las figuras más completas y orgánicas al servicio de un proyecto político que no repara en los medios. En un territorio habitado ancestralmente por originarios, sus descripciones solo pueden ver oportunidades para obtener tierras, pasturas, minerales, madera virgen y ríos navegables.

Estanislao Severo Zeballos nació en Rosario, Santa Fe, el 27 de julio de 1854. Sus padres fueron Estanislao Zeballos y Felisa Juárez.

Fue estadista, legislador, diplomático, jurisconsulto, docente, periodista y escritor, abogado, diputado en tres períodos, ministro, profesor de enseñanza secundaria, decano en enseñanza universitaria, presidente y fundador del Club del Progreso, del Círculo de Periodistas y de la Sociedad Rural, miembro de numerosas asociaciones extranjeras.

Autor de numerosos trabajos sobre la historia y el territorio argentino. Además, promovió la creación de instituciones y publicaciones científicas y culturales, como la Sociedad Científica Argentina (1872), el Instituto Geográfico Argentino (1878) y el Instituto Popular de Conferencias del diario La Prensa (1914). Otros proyectos en los que tuvo importante actuación fueron los referidos a agricultura, irrigación, convenciones sanitarias, comercio de carnes, construcción de caminos y fomento de la navegación marítima con pabellón nacional. También perteneció a la Junta de Historia y Numismática, institución fundada en 1893 por Bartolomé Mitre y más tarde reconocida como Academia Nacional de la Historia por decreto del presidente Justo (1938).

Su obra periodística más importante fue escrita para «El Nacional», del cual fue fundador, y para «La Prensa», a la que estuvo vinculado muchos años. Y su «Revista de Derecho, Historia y Letras» (1898-1923) constituye un monumento a su persona. Los setenta y seis volúmenes que agrupa contienen ensayos de interés académico y público. Fue uno de los más eminentes hombres de ciencia, promotor de la cultura científica argentina a fines del siglo XIX y comienzos del XX.

Apoyó la expedición de Francisco Pascasio Moreno para explorar las cuencas de los ríos Negro y Limay. Años después recogió las informaciones obtenidas, proponiendo el traslado de la frontera sur hasta el río Negro en su obra La conquista de quince mil leguas, publicada en 1878. Escribió el libro en pocas semanas, a pedido del general Julio Argentino Roca, con la finalidad de convencer a los miembros del Congreso de la Nación Argentina de financiar la Conquista del Desierto que ya estaba iniciando el entonces ministro de guerra.

“La conquista de quince mil leguas” es una minuciosa pieza descriptiva. A lo largo de 10 capítulos Zeballos realiza una profunda reseña histórica de las anteriores exploraciones a los territorios del sur. Una descripción pormenorizada del terreno, las distancias, los ríos, vados y cauces. Se caracterizan las tribus, los caciques, los pactos anteriores y hasta sus personalidades. Se sugieren formas de tratar al originario y hasta la manera de engañarlos. Se cuentan ganados, territorio y recursos de los habitantes. Se delinea la nueva frontera, se sugiere cómo y en qué cantidad atacar y hasta se evalúan los modos de financiar la campaña. Un libro de una amplitud sorprendente, que abarca desde disciplinas geográficas, pasando por una psico-sociología que desembarca en una descripción policíaca semejante a un manual de inteligencia.

“Mi querido teniente, contesté yo, poniendo el pie en el estribo, si la Civilización ha exigido que ustedes ganen entorchados persiguiendo la raza y conquistando sus tierras, la Ciencia exige que yo la sirva llevando sus cráneos a los museos y laboratorios. La Barbarie está maldita y no quedarán en el desierto ni los despojos de sus muertos”.

La pluma es de Estanislao Zeballos. Publicó su obra más famosa, Viaje al País de los Araucanos, icónicamente en l880, para dar cuenta de sus incursiones en las fronteras que esa generación fundante de una nacionalidad pretendida, esculpida como fruto de la lógica racista imperante en las ciencias sociales y políticas de entonces, empujaba hacia el sur. A sangre y fuego. La expresión de Zeballos, vehemente en su épica colonizadora, estaba sostenida en el profundo desprecio hacia lo originario americano: ése fue el pilar cultural, intelectual y emocional que se desplegó como telón de fondo para suprimir la concepción de esos otros como humanos. Proféticamente, o acaso a modo de puntapié de una práctica que se repetiría trágicamente muchas décadas más tarde –esa increíble literalidad del ansia desaparecedora, que siguió latiendo en los bajos instintos dominantes–, esos hombres se sentían demandados por “la patria” a acabar con lo que ellos mismos identificaban como ajeno a su propio proyecto de país. No es difícil hacer asociaciones.

“Partimos al galope, pero pronto tuvimos que marchar despacio, porque ni es posible correr en los médanos, ni es cosa de soplar y hacer botellas el hallazgo de sepulturas araucanas entre el laberinto de dunas, dentro de las cuales las abrían los indios supersticiosos”. Zeballos, por lo que él mismo relata, y como tantos naturalistas contemporáneos suyos, fue un profanador de tumbas pero también un observador detallista de lo que profanaba. Se convirtió en coleccionista de cráneos indígenas que iba recogiendo después de las batallas, casi tan destacado como Francisco P. Moreno, a quien terminó donándole esos setenta y cuatro cráneos y un par de centenares de piezas geológicas y paleontológicas en l891. El destino fue el Museo de La Plata, donde fueron exhibidos.

El libro Viaje al país de los araucanos fue el primer tomo de una trilogía, que se completó con La Región del Trigo, del año 1883, y A través de las cabañas, de 1888. Posteriormente escribió unas crónicas noveladas sobre los caciques Calfucurá y Painé, y sobre una inexistente cacica huiliche, Relmú.

Estanislao Severo Zeballos falleció el 4 de octubre de 1923 en Liverpool, ciudad puerto de Inglaterra donde había llegado para dar conferencias en la Internacional Law Associaton.

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