La Hesperidina, la primera marca registrada

Una mañana de octubre de 1864 los 140.000 habitantes de Buenos Aires se encontraron con una sorpresa: descubrieron los cordones de las veredas pintados de naranja y carteles con una enigmática inscripción: «… Hesperidina is Coming”.

La Hesperidina, una bebida argentina hecha con naranjas, nació en Bernal. Su creador, un inmigrante estadounidense que, para defender su invento, fue además el titular de la primera marca registrada del país, utilizó los frutos de su residencia veraniega de Zapiola y Dorrego para la fórmula que prometía curar a las personas «de todos los males».
Con esa prometedora publicidad, el aperitivo obtuvo popularidad de inmediato durante la década de 1860 y sobrevivió hasta la actualidad.

Melville Sewell Bagley tiene ligado su apellido a la marca de galletitas más famosas del país.

Pero antes inventó la Hesperidina. Su historia es similar a la de todos los inmigrantes que arribaron a la Argentina con la esperanza de desarrollarse económicamente. Y en este caso, claramente, el sueño se cumplió.

Melville Bagley nació en 1838 en la ciudad estadounidense de Bangor, estado de Maine. En tiempos de guerra, emigró a Buenos Aires, como representante de una editorial, a los 24 años.

Bagley trabajó como ayudante en la histórica farmacia La Estrella, de Defensa y Alsina. Fue esa tarea la que lo incentivó crear un tónico que sería un «remedio salvador de todos los males».

Melville «experimentó con diferentes fórmulas, pero se centró en una en particular a base de la corteza de naranjas amargas o agrias que crecían como arbustos ornamentales en su casona de Bernal».

Cuando la fórmula dio resultado, Bagley ideó una inusual campaña publicitaria para dar a conocer su producto, manteniendo la intriga y el suspenso.

Dos meses antes de lanzarlo a la venta, hizo pintar las aceras de los empedrados de Buenos Aires con el nombre de la bebida y con la frase «La Hesperidina vendrá».

En este caso, la campaña publicitaria también sería una de las primeras que vieron los porteños en la segunda mitad del 1800.

El 24 de diciembre de 1864, la bebida ya estaba en venta en cafés, bares, boticas y droguerías. Tuvo tanto éxito que realizó una extensa plantación de naranjos en su propia casa y requirió los frutos de localidades vecinas, como Florencio Varela y Adrogué.

El producto que inventó Bagley logró revolucionar el mercado argentino de las bebidas, sólo ocupado por las aguardientes, como la grapa o la ginebra.

Según el presidente de la Academia Argentina de Letras, Pedro Luis Barcia, el nombre de la bebida salió de la mitología griega, que cuenta que «cuando los griegos navegaban por las costas de Valencia las naranjas en medio de las hojas verdes parecían frutos de oro», «frutos de oro del jardín de las Hespérides».

Rápidamente, la bebida se hizo muy famosa y se impuso como moda, no sólo entre los gauchos sino además en las grandes ciudades y también, entre las mujeres, que en aquel tiempo no bebían en público, pero el licor de Bagley era de baja graduación alcohólica comparado con las aguardientes y otros tragos populares.

En 1866, a dos años de su lanzamiento, la Hesperidina se encontraba azotada por una ola de imitadores que, aprovechándose de la falta de una legislación que protegiera las marcas, intentaban conseguir un importante lugar en este nuevo mercado.

Enseguida, en otro caso típico del país, aparecieron las bebidas truchas. Si bien las botellas fabricadas por Cristalería Rigolleau eran muy características y constituían un gran reto para los obreros sopladores de vidrio, ya que eran rayadas y llevaba su nombre en relieve, las falsificaciones reiteradas llevaron a Melville Bagley a encargar etiquetas a la Bank Note Company de New York, imprenta a cargo de los dólares estadounidenses.

No contento con eso, emprendió una campaña para lograr un registro único de marcas y patentes en el país de origen de su invento. En 1876, convenció al presidente Nicolás Avellaneda de su creación. De esta manera, Hesperidina se convirtió en la primera patente y marca registrada, con licencia Nº 1 en la Argentina.

La Hesperidina es un sinónimo de «argentinidad» y fue homenajeada con un tango y nombrada en tres cuentos de Julio Cortázar e incluida en las obras de otros autores, así como también fue dibujada en almanaques tradicionales y muy recordados, por Florencio Molina Campos.

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