Pulperías: Lugar de origen de la yapa y del juego ilegal

En algunos casos se convirtieron, además de centro de encuentro gauchesco, en verdaderos almacenes de ramos generales donde se abastecía a la población de alimentos, indumentaria e insumos del campo.

El período elegido de 1750-1830 es crucial en la historia de la Argentina y de la ciudad de Buenos Aires. Período de crecimiento acentuado de la población y la estructura edilicia de la ciudad-puerto, fue también el que acabó por definir el rol protagónico de Buenos Aires en la vida política y económica del país. De capital virreinal y sede de un aparato mercantil que dominaba un vasto puerto, la ciudad pasó a ser el centro del proceso emancipador. Mientras la ciudad se entregaba a liderar la experiencia revolucionaria, vio corno se desmoronaba ese aparato mercantil antes ligado al monopolio gaditano ante los embates de la penetración comercial británica y el peso de las deudas fiscales que la guerra de la independencia acabó creando. Arruinada la revolución porteña y parte de su elite mercantil, abatido por las montoneras del litoral el estado directorial que había contribuido a crear, Buenos Aires resurge de sus cenizas como modelo de civilizada capital provincial y centro de nuevas aventuras políticas. Años de comercio libre y de transformación de su comunidad comercial han terminado por generar un dinámico sector empresario integrado por algunas firmas criollas y otras extranjeras dispuestas a la novedad ya lucrar de las finanzas del nuevo estado provincial.
Entretanto la ciudad ha seguido creciendo y el paisaje urbano se ha ido abigarrando. Ya en los últimos tramos del período virreinal se puede advertir ese crecimiento físico de la urbe; aumenta la construcción y la densidad de la edificación urbana, los huecos van desapareciendo, las calles céntricas se van empedrando.

Después de la Revolución y ya en la década del 20 la construcción privada siguió expandiéndose, sus protagonistas no serán ya los hombres de la elite, sino sectores medios. Junto a la vieja casona de tres patios y a los “cuartos de alquiler” se difunden tipos de intermedios de vivienda, más reducidos que las primeras, al alcance de los medianos ingresos de quienes las hacen construir o las compran. Buenos Aires hacía los albores del rosismo es y no es la misma que la de Vertiz y Cisneros.

Las pulperías…

Por el año 1810 existían en la provincia de Buenos Aires (que por entonces incluía a la capital) unas 500 pulperías. Casi la mitad eran atendidas por gallegos. Una de ellas perteneció a don Francisco Alen (su apellido se escribía con n), abuelo de Leandro N. Alem, el fundador del partido radical.

Las hubo rurales y urbanas y hasta algunas muy precarias, llamadas pulperías volantes, que se trasladaban siguiendo las cosechas. Las más sencillas sólo vendían aguardiente de caña, grapa, ginebra, vino, yerba, tabaco, sal, galletas y azúcar. El aguardiente era la bebida de mayor consumo, y la costumbre era llenar un vaso grande y convidarle a los presentes pasándolo de mano en mano y no era bien visto rechazar el ofrecimiento. La mayor provisión de aguardiente provenía de San Juan y Mendoza. Al igual que lo que ocurría con la yerba mate de Misiones, la producción y comercialización estaban en manos de los jesuitas, que monopolizaron el mercado utilizando mano de obra indígena.

El vino se vendía “suelto” y el que se tomaba en las pulperías era el Carlón, oriundo de Benicarló, provincia de Castellón, España. El vino era transportado en barriles de madera conducidos por carretas viñateras consignadas a mercaderes que realizaban la distribución a las pulperías. Algunos pulperos lo diluían en agua y lo llamaban Carlín o Carlete, y era vendido a menor precio. También llegaban vinos provenientes de Bordeaux, Francia, pero aquellos  estaban destinados a las clases privilegiadas, al igual que el azúcar y las bebidas alcohólicas “finas”. La sal era utilizada básicamente para la conservación de las carnes en la elaboración del charqui. En general existieron grandes restricciones al consumo de los denominados “vicios” con  el objetivo de controlar el tiempo libre de los gauchos.

Otras pulperías fueron verdaderos almacenes de ramos generales con una importante provisión de alimentos, indumentaria  e insumos para el campo. El pulpero solía tener el don de la yapa, el fiado, el trueque y el cuaderno de anotaciones. Pero abundaron también los patrones que les pagaban a sus empleados con vales que sólo podían canjearse en la pulpería de su estancia.

Los pulperos crearon la yapa y los descuentos especiales a sus clientes habituales para ciertos productos de mayor salida.

Una práctica, reiterada aunque ilegal, era armar mesas de juegos en las trastiendas. Probablemente en ellas haya nacido el truco, nuestro juego de naipes nacional.

A la hora de incorporar soldados para la conquista o para la defensa de sus campos, los terratenientes concurrían a las pulperías para reclutar a la tropa y era el lugar indicado para que los punteros políticos consiguieran votos.

En cuanto a la famosa “pulpera de Santa Lucía”, aquella rubia cuyos “ojos celestes reflejaban la gloria del día” que “cantaba como una calandria”, inmortalizada por el vals de Héctor Pedro Blomberg con música de Enrique Maciel a fines de la década de 1920, todo parece indicar que se llamaba Dionisia Miranda y que atendía un local ubicado en el barrio, llamado entonces parroquia de Santa Lucía en la actual esquina de Caseros y Martín García, allá por los años ’40  del siglo XIX, en los años del “Restaurador”.

Según la leyenda todos en la Calle Larga la habían oído mentar. No existía rancho, saladero ni tambo donde no se supiese que allí, en la parroquia de Santa Lucía, vivía la moza más bella que ojos masculinos hubiesen contemplado. También se sabía que su padre era un huido de las persecuciones de la Mazorca. Incluso no faltaba el jactancioso que pretendía haber atraído su mirada, celeste como el cielo de verano. A Dionisia no se le conocía novio ni cortejante, y más de uno regresaba a su rancho con el corazón vencido por las ansias y el amor frustrado.

Fuente: elhistoriador

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