11 de octubre de 1833: Revolución de los Restauradores

En 1832, Rosas declinó ocupar el cargo de gobernador de la provincia de Buenos Aires con facultades ordinarias. La legislatura designó a Juan Ramón Balcarce, exministro de guerra de Rosas para ocupar el cargo.

Luego de su primer período de gobierno, finalizado en 1832, Juan Manuel de Rosas se retira a la campaña de la provincia, y se ocupa por entero a la campaña del desierto.

El ambiente de la ciudad en que había imperado el orden y la justicia, en especial en las clases bajas, empezó a agitarse, hasta desembocar en lo que se llamó la “Revolución de los Restauradores”, iniciada del 11 de octubre de 1833.

Fue un movimiento típico del pueblo. No fue una revuelta inspirada ni dirigida por Rosas, ni se destinó a que éste se instalara en el poder, como hacían los unitarios, sino en la restauración de las instituciones, desnaturalizadas durante la gobernación del general Juan Ramón González Balcarce, que lo había sucedido, apoyado en los tibios o “lomos negros” y estimulando la actividad de los “cismáticos”. Contrariando el sentimiento popular favorecía la infiltración de los unitarios responsables de las masacres que siguieron al fusilamiento de Dorrego. Bajo el influjo de la prensa de “los ilustrados”, no quedaba honra o prestigio que no fuera degradado.

Balcarce democratiza la palabra: libertad de prensa

Todo arrancó de un hecho puntual: el 7 de junio de 1833 Balcarce derogó el decreto que había dictado Rosas, por el cual había restringido la libertad de imprenta. El gobierno de Balcarce democratizaba la palabra. Sin embargo esto no fue entendido así por algunos sectores. Una parte de la prensa comenzó a exacerbar los escándalos y multiplicar las injurias contra el gobierno. Los partidarios de Rosas buscaron la formar de sacar beneficios de este clima de violencia editorial en los días previos a las elecciones.

En setiembre, Doña Encarnación le escribía a Juan Manuel: “…estamos en campaña para las elecciones. No me parece que las hemos de perder [y si así fuera] se armará bochinche y se los llevará el diablo a los cismáticos…”, con lo cual quedaba claro que echarían leña al fuego para favorecer sus apetencias políticas, aplicando la política del “cuanto peor, mejor”.

Continuaron los excesos de la prensa, por lo que se formó un jurado de imprenta que resolvió juzgar a los periódicos que protagonizaban el escándalo. En primer lugar al que llevaba un nombre homónimo al título otorgado a Juan Manuel de Rosas: “Restaurador de las Leyes”.

El nombre del periódico fue utilizado por los opositores al gobierno para lograr un equívoco que terminaría con un estallido social afín a los intereses políticos de Rosas. La misma mañana en que se procedería a juzgar al periódico “Restaurador de las leyes”, la ciudad de Buenos Aires apareció empapelada con grandes carteles escritos con gruesas letras rojas en los que se anunciaba ambiguamente el juicio al “Restaurador de las Leyes” Juan Manuel de Rosas, confundiendo así a la opinión pública.

La atmósfera caldeada explotó el 11 de octubre de 1833. El pueblo salió a las calles reclamando el restablecimiento del orden. Se le sumó la policía y el coronel Agustín de Pinedo, jefe de un regimiento de la ciudad.

Rosas con su ejército del Colorado, no se movió ni participó en los acontecimientos, pero el pueblo permaneció en asedio esperando un cambio que diera satisfacción a sus demandas. El gobierno, dispuesto a resistir, incitó a los ciudadanos a presentarse a los cuarteles, pero se presentaron “solamente dos”. Otros jefes se fueron negando a “luchar por una causa que no era la suya”.

Balcarce lanzó una proclama el 1° de diciembre con el consabido argumento unitario de que los sediciosos se proponían el saqueo de la ciudad, y luego de la proclama pensó que era el momento de convocar al pueblo a presentarse en la Fortaleza; no se presentó nadie. Los “doctores unitarios”, hábiles en palabras, también lo eran para escurrirle el bulto a los peligros.

Doña encarnación Escurra le comentaba a Rosas: “Los hombres de frac, los decentes, excitan a la lucha sin tomar parte en ella”. (Carta de Encarnación Ezcurra al general Rosas. Bs.As. 1° de setiembre de 1833).

La entrada de «Los Restauradores»

El 3 de noviembre la Junta de Representantes resolvió dar por terminadas las funciones del general Balcarce y al día siguiente eligió para el cargo al general Juan José Viamonte. El 7 de noviembre entraron en la ciudad las fuerzas populares que habían consumado una revolución sin que se practicara un solo acto de violencia o saqueo, según testimonios de la época.
La presencia del pueblo determinó la huida de los “cismáticos” y “lomos negros”, y no lesionó la autoridad y atributos de la Junta de Representantes que continuó en el ejercicio de sus funciones y dio realce a la firmeza de los humildes.
Rosas, desde el Colorado, le recomendaba a doña Encarnación:

“…las pobres tías y pardas, honradas mujeres y madres de los que nos han sido y son fieles. No reparéis en visitarlas…Ya has visto lo que vale la amistad de los pobres, y por ello cuanto importa sostenerla y no perder medios para atraer y cautivar sus voluntades…” (Carta de Rosas a doña Encarnación. Río Colorado 23 de noviembre de 1833).

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