La “Zanja de Alsina” que pretendía terminar con los malones
La Zanja de Alsina fue un sistema defensivo de fosas y terraplenes con fortificaciones -compuesto de fuertes y fortines- construidos en el oeste de la Provincia de Buenos Aires, Argentina, entre 1876 y 1877, sobre la nueva línea de frontera de los territorios bajo el control del gobierno federal en el período inmediato anterior a la Conquista del Desierto.

El proyecto de Alsina de defender el desierto conquistado por una larga y costosa zanja era una concepción de tipo faraónico, pero no era insalvable.
Decía Alsina: «En este punto el gobierno está resuelto a no omitir gastos; ha de hacer el foso que dejo indicado, inviértase en él el tiempo que se invierta, debiendo tener 4 varas de ancho por 3 de profundidad y cayendo toda la tierra que se extraiga sobre la parte inferior». La dirección de las obras fue confiada al ingeniero Alfredo Ebelot.
El proyecto de Alsina no pretendía sumar nuevas tierras al dominio nacional, sólo esperaba que cumpliera una función defensiva y evitar los arreos de ganado que perjudicaban a las estancias.
No obstante el empeño y recursos utilizados, la “Zanja de Alsina” no pudo cumplir eficientemente con su propósito. Los nativos se ingeniaron para sortear el obstáculo. Desmontaban y creaban derrumbes que permitían cruzar a las cabalgaduras, pero logró que disminuya el robo de ganado.
Los malones lograban atravesar la zanja pero al regresar para traspasarla con tropillas de vacunos la mayoría de las veces no lograban acertar con los callejones que habían abierto y debían repetir la maniobra. Esto les demandaba una pérdida de tiempo, que permitía que las tropas los alcanzaran y evitaran el cruce del ganado.
La nueva línea de la frontera estaba a cargo de seis comandancias con sus fuertes respectivos: Bahía Blanca, 89.000 metros; Puán, 80.000; Carhué, 52.000; Guaminí, 98.000; Trenque Lauquen, 152.000; Italó, 13.000. Se levantaron sobre esa línea 109 fortines a una distancia de una legua, más o menos, uno de otro; en algunos casos la distancia era de hasta 4 leguas. Cada fortín se formaba en un terraplén circular rodeado de un foso, una pequeña habitación y un mangrullo para la observación, todo ello a cargo de un oficial y de ocho o diez soldados que debían realizar descubiertas diariamente a lo largo de la línea.
No obstante todos los inconvenientes y la inseguridad que dejaba la costosa zanja, las operaciones de Alsina dieron un incremento de 56.000 km2 a la explotación ganadera; acortó 186 km la frontera bonaerense que medía 610 km; empujó a los indígenas más lejos en el desierto; se instalaron al amparo de la conquista lograda cinco pueblos nuevos; se extendió la red telegráfica a las comandancias militares de los pueblos de Guamaní, Carhue y Puán recién fundados; se abrieron nuevos caminos.
Apenas construida la zanja, murió Alsina, y su sucesor, Roca, concibió, no un sistema defensivo, sino una ofensiva de gran alcance, una especie de malón invertido de las tropas nacionales contra las tolderías indígenas.