La primera estampilla nuestra fue correntina
La primera estampilla postal del país, no llevó la cara de un prócer, como podría esperarse, sino la de Ceres, diosa romana de la Agricultura; y tampoco la puso en circulación el Estado nacional, sino la provincia de Corrientes.

Argentina, en 1856, se debatía entre la Confederación Argentina y Buenos Aires. Apenas tres años atrás se había sancionado la Constitución sin los diputados bonaerenses. Y la capital federal estaba en Paraná. Las provincias, después de Caseros, comenzaron a organizar lentamente sus instituciones puertas adentro, con un servicio postal fundamental en la comunicación y la economía de los nuevos gobiernos confederados. En este contexto del todo por hacer, aparece un mandato progresista en Corrientes de la mano del doctor Juan Gregorio Pujol, que toma resoluciones liberales y adelantadas para la época, como por ejemplo la modernización del correo, una materia central en la vida de los correntinos.
Ya en la constitución provincial de 1821 se establecía que el servicio será gratuito y que «la correspondencia epistolar es sagrada y ninguna carta puede ser abierta por el gobierno y los jueces de la provincia, sino concurriendo grave presunción de contener proyectos sediciosos y hostiles contra la seguridad interior y exterior de la provincia». Además se estipulaba que «el servicio de correos queda a las órdenes directas del gobernador de la provincia, quien fijará las tarifas postales».
A partir de ese momento, se fundaron estafetas a lo largo y ancho del territorio, con innovadores prestaciones de envío de dinero, y se asignaron fondos públicos para los chasquis y los empleados. Cuando Pujol asume en 1853 aún el envío era gratuito. En un decreto de abril de ese año, se establece «un correo semanal para toda la provincia» que debía salir «de la Administración General de Correos de esta capital, los jueves de cada semana, a las 11 del día» y, taxativamente, se reafirmaba que correspondencia girada será » libre de porte por ahora».
Primer sello nacional con acento guaraní y francés
Tres años después, con provincias en bancarrota debido al enfrentamiento con los porteños –y su Aduana–, Pujol decide tarifar de una manera novedosa, importada de Inglaterra: la estampilla. Entonces encarga el trabajo a Pablo Emilio Coni, un librero francés que dirigía la Imprenta del Estado, quien a su vez recurre a un compatriota, Matías Pipet, un humilde panadero y que había sido grabador en Francia. De esta manera se hizo la única plancha en piedra, para evitar falsificaciones, y que soportó las diecisiete emisiones hasta que en 1880 se nacionalizaron los correos provinciales. Estas primeras estampillas eran en papel de seda, impresas en tinta negra sobre papel azul de diferentes tonos, y con el contorno liso. La ilustración reproducía la efigie de la diosa Ceres, la deidad latina de la agricultura, en una versión criolla de la estampilla de Rowland Hill y que había circulado en Europa hacia 1850. De este modo Argentina entraba entre los pocos países americanos con sellos postales, antes habían sido Brasil, 1843; Estados Unidos, 1845; y Chile, 1853. El 21 de agosto de 1856 fue la fecha de la salida a las administraciones postales correntinas y, en homenaje, ese día se celebra el Día del Filatelista argentino.
Para ser exactos hubo un intento anterior argentino en la provincia de Buenos Aires, en 1855, donde también por litografía se presentaba un gaucho, pero no llegaron a los sobres porque cambió la moneda circulante –y hoy son el santo grial de los filatelistas–. Hubo que esperar al 28 de abril de 1858, cuando los porteños pudieron timbrear sus cartas con los célebres “barquitos” y se adentraron en la modernidad de las comunicaciones. Y, recién en 1862, la Confederación Argentina instituyó los fundacionales sellos “escuditos”, un símbolo del Estado Nacional por generaciones.
A partir de la iconología podemos armar el rompecabezas de las luchas políticas e identitarias. Si la pieza correntina invoca a la agricultura como símbolo de progreso, una apuesta clave de Nación para los asambleístas del 53, y germen del mito “el granero del mundo”, la fallida estampilla bonaerense lleva un gaucho, tal vez figura de rebeldía, aunque en los años que fueron fuertemente acosados, y exterminados, por la Ley de los poderosos terratenientes. O que Buenos Aires elija barcos y exclame a los cuatros vientos cuál era su fuente de riqueza. Finalmente, la Confederación Argentina apela a la unidad con el escudo, algo que recién surgiría con la violenta federalización de Buenos Aires en 1880.
Hablamos de Pujol, un correntino al cual seguiremos difundiendo, un verdadero progresista del siglo XIX. En el mismo decreto que introduce la estampilla a la Argentina, el gobernador rubrica “que todo papel impreso, ya se tratara de revistas, libros, diarios o periódicos, podía circular libre de porte –cargo– en el territorio de la Provincia”.
Fuente: serargentino