Batalla de Pehuajó
El resultado de la batalla fue favorable a Paraguay, pero no modificó los planes aliados de ofensiva.

La batalla de Pehuajó, también conocida como batalla de Corrales, ocurrida el 31 de enero de 1866, fue la última batalla en territorio argentino de la Guerra del Paraguay, ocurrida a continuación de la invasión paraguaya de Corrientes, y poco antes del contraataque de la Triple Alianza a territorio paraguayo.
El 30 de enero, Bartolomé Mitre decidió escarmentar a los osados paraguayos, y envió a su encuentro a la división Buenos Aires, comandada por el general Emilio Conesa, con casi 1.600 hombres. Casi todos ellos eran gauchos de la Provincia de Buenos Aires, mucho más aptos para caballería que para la infantería en que revistaban.
Esta vez, el desembarco fue de unos 250 hombres, y debía ser seguido por otros tantos al día siguiente. Tras avanzar unos kilómetros, llegaron hasta el Arroyo Pehuajó, del otro lado del cual había unos corrales, donde los esperaba el general Conesa. Antes de lanzarse sobre los enemigos, este arengó a sus tropas, que prorrumpieron en sonoros vítores; los paraguayos, que estaban a punto de caer en una emboscada, supieron por esos gritos de la presencia del enemigo.
El jefe paraguayo, teniente Celestino Prieto, inició la retirada, por lo que Conesa lanzó a sus tropas a una carga masiva y directa sobre ellos. Curiosamente, en su parte, el general Conesa culpa de la mayor facilidad de la retirada paraguaya al hecho de que sus soldados iban calzados, mientras los paraguayos iban descalzos.
Los paraguayos se parapetaron en los bosques tras al arroyo y tomaron una posición defensiva, desde la cual dispararon durante cuatro horas sobre las tropas argentinas. Al mismo tiempo, desde la costa paraguaya, fueron enviadas dos refuerzos militares más, unos 200 hombres al mando del teniente Saturnino Viveros, y luego otros 700, al mando del comandante Díaz.
Los soldados argentinos, desacostumbrados al terreno en que combatían, al desplazamiento a pie y con botas, e intentando defenderse en medio de un descampado de tiradores parapetados en un bosque y por detrás de un arroyo, fueron cayendo de a decenas.
El general Mitre, que podía oír desde su campamento el tiroteo, no envió ningún refuerzo a las tropas de Conesa. Ni siquiera ordenó al general Manuel Hornos, cuya caballería estaba a menos de una legua de allí, avanzar en su ayuda. Recién al caer el día, tras más de cuatro horas de combate, Mitre ordenó la retirada de las tropas de Conesa.
La batalla había causado casi 900 bajas en las fuerzas argentinas, entre muertos y heridos, contra 170 bajas paraguayas. Entre los muertos argentinos se contaba los mayores Juan M. Serrano y Bernabé Márquez, y entre los heridos el comandante del 5° Batallón teniente coronel Carlos Keen.
Al anochecer, los paraguayos reembarcaron y se retiraron a su propia costa, en momentos en que llegaba a la zona la división del coronel Ignacio Rivas, que había sido enviada en apoyo de Conesa después de haberse ordenado a este retirarse.
Las causas de la falta de apoyo de Mitre a Conesa son discutidas: los historiadores clásicos se dividen entre quienes la atribuyen a un descuido o error de comunicaciones y quienes suponen una animosidad de Mitre hacia Conesa. Por su parte, los historiadores revisionistas, siguiendo a José María Rosa, adjudican el error a ineptitud militar de Mitre, o bien suponen que este, tal como sostuvo Carlos D’Amico, deseaba la muerte de los gauchos bonaerenses, a quienes suponía de simpatías federales, y de sus oficiales, muchos de ellos opositores de su gobierno.
Por su parte, el general Mitre felicitó a las tropas argentinas por su arrojo, pero — en una frase que sería interpretada como un consejo inútil o un gesto cínico del responsable del desastre — les recomendó que:
«…en los futuros combates sean menos pródigos de su ardor generoso y de su valor fogoso.»