Luis Agote, pionero en la transfusión de sangre

Encontró un método para conservar la sangre y evitar la coagulación. Su trabajo dio la vuelta al mundo, posibilitó hacer transfusiones sin la necesidad de que sean directamente de dador a paciente y salvó vidas durante la Primera Guerra Mundial.

Era 1914 y hacía cuatro meses que en Europa había estallado la Primera Guerra Mundial, una contienda tremendamente cruel donde la inteligencia humana fue puesta al servicio de la destrucción y de la muerte. El prodigioso y reciente invento del avión fue utilizado para ametrallar a las poblaciones civiles y en las trincheras los bandos se atacaban con armas químicas mortalmente tóxicas. El conflicto se cobró casi 10 millones de vidas y unas 20 millones de personas quedaron heridas o mutiladas.

Mientras tanto, en Buenos Aires, el médico e investigador argentino Luis Agote marcaba un hito en la historia de la medicina mundial, un avance científico revolucionario, que permitiría salvar millones de vidas. Aquel año, Agote consiguió aplicar con éxito la técnica de la transfusión de sangre mediante un método que impedía que el fluido se coagulara en el recipiente que lo contenía. La clave del descubrimiento radicaba en la utilización del citrato de sodio, un compuesto químico que conseguía mantener la sangre en estado líquido.

Antes de este descubrimiento, las personas que pasaban por el doloroso trance de someterse a una transfusión sanguínea tenían pocas chances de tener un desenlace feliz. La misma suerte corrían los desdichados donantes no siempre voluntarios. Estos podían considerarse afortunados si lograban recuperarse sin lesiones graves tras varias semanas de convalecencia; sin embargo, lo más común era que sufrieran infecciones, embolias, trombosis, contagio de enfermedades e incluso que murieran.

Se trataba de una intervención compleja e incierta, de altísimo riesgo, que se realizaba de manera casi artesanal, conectando directamente la arteria del donante a la vena del paciente. Este proceso, además de ser riesgoso, hacía imposible determinar la cantidad de sangre que dador y donante habían intercambiado.

La transfusión debía ser directa porque la sangre se coagula entre los seis y los doce minutos luego de entrar en contacto con el aire. Todos los intentos por evitar su solidificación habían fracasado. No se había conseguido mantener líquido el fluido conservándolo a una temperatura constante; tampoco se había logrado utilizando recipientes especiales, ni agregando diversas sustancias.


Fuente: elhistoriador.