Victoria Romero, esposa del caudillo riojano, a quien acompañó en sus campañas militares

Tenía marcada la cara por un sablazo. Ella se cubría la cicatriz con un manto, pero sabía que debajo de esa tela estaba la evidencia del amor que sentía por su marido, el Chacho Peñaloza, y por su tierra y sus ideas, que defendía con coraje.

Nace en Tama, localidad de La Rioja. Aunque se desconocen la mayor parte de los datos acerca de su niñez y adolescencia, algunos historiadores sostienen que provenía de una familia que poseía importantes bienes.

En 1822, une su destino a Ángel Vicente Peñaloza, el caudillo popular apodado “El Chacho”. A partir de ese momento, comparte con él su lucha indoblegable contra la dictadura de la oligarquía porteña, en defensa de las provincias del noroeste arrasadas por el librecambio y la usurpación de las rentas aduaneras.

Junto a él combate, en sucesivos enfrentamientos. La esposa del Chacho venía con frecuencia al campamento y al combate – señala Eduardo Gutiérrez – a compartir con su marido y sus tropas los peligros y las vicisitudes. Entonces el entusiasmo de aquella buena gente llegaba a su último límite y solo pensaban en declarar su lealtad a “La Chacha” – como la llamaban – hasta la muerte.

Desde 1842, su figura se hace legendaria cuando, en medio de la batalla del Manantial, “viendo a su marido acorralado, se lanzó en su ayuda”. José Hernández, en su “Vida del Chacho” sostiene que el caudillo estuvo a punto de morir y logró salvarse gracias al “arrojo e intrepidez de su mujer quien, viendo el peligro en que se hallaba, reúne a unos cuantos soldados y poniéndose a su frente se precipita sobre los que atacaban a Peñaloza, con una decisión que habría honrado a cualquier guerrero”.

El Chacho salvó su vida, pero ella recibió un sablazo que le causó una herida desde la frente hasta la boca. Esa cicatriz, en plena cara, quedó como prueba de su heroísmo, aunque ella la ocultaba generalmente con un manto. En la memoria colectiva quedó desde entonces esta copla:

Doña Victoria Romero
si usted quiere que le cuente
se vino de Tucumán
con una herida en la frente.

El 12 de noviembre de 1863, doña Victoria vive su día más triste cuado El Chacho es ultimado – y luego degollado – por la partida mitrista al mando del coronel Irrazábal. Ella desesperada se arroja contra los asesinos, pero nada puede hacer. Tomada prisionera, es liberada tiempo después, pero la despojan de todos sus bienes, en su mayor parte bienes propios que provenían de su familia.

Victoria fue tomada prisionera y torturada, para luego ser llevada engrillada hasta San Juan, donde el gobernador Domingo Faustino Sarmiento la obligó a barrer la plaza de la ciudad durante varios días, arrastrando las cadenas que sujetaban sus pies y condecoró a Irrazábal por el asesinato del Chacho.

El 12 de agosto de 1864, “la Vito”, como también la llamaban, le envía una carta a Urquiza, contándole sus desgracias y solicitándole ayuda, creyendo aún que el Supremo Entrerriano podría interesarse por la suerte de los caudillos del interior y su gente. Allí sostiene: “… la intriga, el perjurio y la traición han hecho que desaparezca (el Chacho Peñaloza) del modo más afrentoso y sin piedad, dándole una muerte a usanza de turco, de hombres sin civilización, sin religión; para castigo la muerte era lo bastante, pero no despedazar a un hombre como lo hace un león; el pulso tiembla, señor General: haber presenciado y visto por mis propios ojos descuartizar a mi marido, dejando en la orfandad a mi familia y a mí en la última miseria, siendo yo la befa y el ludibrio de los que antes recibieron de mi marido y de mí, todas las consideraciones y servicios que estaban a nuestros alcances.

Me han quitado derechos de estancia, hacienda, menaje y todo cuanto hemos poseído; los últimos restos me quitan por perjuicios que dicen haber inferido la gente que mandaba mi marido, me exigen pruebas y documentos de haber tenido yo algo; me tomaron dos cargas de petacas por mandato del señor coronel Arredondo, donde estaban todos mis papeles, testamentos, hijuelas, donaciones y cuanto a mí me pertenecía. Se me volvió la ropa mía de vestir, de donde resultó que no tengo como acreditar ni los dos mil pesos que V.E. tuvo a bien donarme, por hacerme gracias y buena obra, por lo que suplico a V.E. se digne informar sobre esto al Juez de esta ciudad, para que a cuenta de esto me deje parte del menaje de la casa, siquiera por esta cantidad que expreso”.

Así, en plena miseria, transcurren los últimos años de “la Chacha”. Urquiza ya es una sombra o como dirá Alberdi, “el jefe traidor del Partido Federal” y se dedica a sus negocios, olvidándose de la suerte de los pueblos del interior. Ella se hunde entonces en el olvido.

La Chacha, sobrevivió como pudo y murió en 1889, a los 85 años de edad. 

Fuente: N. GALASSO – LOS MALDITOS – Ed. Madres Plaza de Mayo


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