Simón Radowitzky

El anarquista Radowitzky, asesino del Coronel Falcón, estuvo preso en la última cárcel del mundo.

Había nacido en Kiev, Ucrania, en 1891. Con sólo catorce años de edad, Radowitzky participó activamente en las protestas y sublevaciones de 1905, conocidas en la historia como la primera revolución rusa. Huyendo de las persecuciones zaristas, llegó a la Argentina en marzo de 1908 y entró inmediatamente en contacto con los círculos anarquistas locales. Según cuentan los que lo conocieron, quedó profundamente impresionado por la represión de mayo de 1909 desatada por Falcón. Comentaba que la policía montada le recordaba a los cosacos zaristas que con sus sables dejaban un tendal de obreros muertos en las concentraciones anarquistas de Rusia.

Radowitzky asistió a las reuniones que condenaban la acción de Falcón y la actitud del gobierno que le aseguraba impunidad al comisario, acercándose a los grupos que propiciaban “la propaganda por el hecho”, partidarias de la acción directa y de planificar el “ajusticiamiento” del coronel Falcón.

Tras varios meses de preparativos, todo estaba listo la mañana del 14 de noviembre. 

Prisión en Ushuaia

El 6 de enero de 1911, dos presos anarquistas —Francisco Solano Regis y Salvador Planas y Virella— que compartían lugar de reclusión con Radowitzky lograron huir de la Penitenciaría Nacional, en una operación que contó con ayuda exterior y con la connivencia de algunos de sus guardias. Radowitzky quedó detrás por haber sido llamado imprevistamente a la imprenta del presidio. Atemorizados por la perspectiva de que el joven reo, que concitaba simpatía entre el personal de la cárcel, contara con otra oportunidad semejante, se decretó su traslado al penal de Ushuaia, reservado generalmente para criminales de extrema peligrosidad. La costumbre de encerrar allí a anarquistas y otros presos políticos se haría más frecuente con los años.

En la prisión se le denegaron los pocos derechos concedidos a los restantes presidiarios; como única lectura se le permitía la Biblia, y fue sometido a malos tratos y torturas al liderar al resto de los reclusos en huelgas de hambre en protesta por las malas condiciones del penal. En 1918, las torturas alcanzaron su cenit con la violación de Radowitzky por parte del subdirector del penal, Gregorio Palacios, y tres guardiacárceles. La reacción no se hizo esperar; enterados los anarquistas del hecho, publicaron en Buenos Aires un panfleto, titulado El presidio de Ushuaia, de pluma de Marcial Belascoain Sayos que apareció en La Protesta. Su publicación causó conmoción, y el gobierno de Yrigoyen ordenó abrir sumario sobre las condiciones en Ushuaia; los tres guardiacárceles serían relevados de sus funciones.

El 7 de noviembre de ese mismo año, una audaz acción conjunta de los grupos anarquistas chilenos y argentinos logró la única evasión jamás lograda del penal de Ushuaia. Los argentinos Apolinario Barrera y Miguel Arcángel Roscigna y los chilenos Ramón Cifuentes y Ernesto Medina alquilaron una pequeña goleta de bandera dálmata en la ciudad chilena de Punta Arenas, y coordinaron con Radowitzky el procedimiento. Este, que trabajaba en el taller de la cárcel, se hizo con un traje de guardiacárcel, y abandonó el penal a primera hora de la mañana aprovechando el relevo y la llegada de un grupo de guardiacárceles nuevos, encontrándose con Barrera en una cala no lejana. El plan original era desembarcar a Radowitzky en algún lugar apartado, con víveres y utensilios para resistir un tiempo hasta que la búsqueda hubiese amainado su intensidad, aprovechando el plazo de unas horas hasta que el personal se percatara de su desaparición. Sin embargo, este pensó que le sería más fácil pasar desapercibido en Punta Arenas, por lo que decidieron seguir viaje hasta ese punto. Tras cuatro días de navegación, y ya en territorio chileno de la península de Brunswick, la goleta fue abordada por un navío de la Armada de Chile, alertado por las autoridades argentinas de la evasión; aunque Radowitzky escapó a nado antes del encuentro, la tripulación de la goleta fue detenida e interrogada en prisión, hasta que uno de los tripulantes confesó donde aquel había tomado tierra. Pocas horas más tarde, el anarquista fue interceptado mientras intentaba llegar a Punta Arenas andando, conducido a una prisión flotante, y luego de dos semanas retornado al presidio. El castigo de la evasión serían dos años de confinamiento solitario en su celda, con sólo media ración de alimento.

En los años siguientes su figura cobraría valor simbólico en las protestas obreras anarquistas; una entrevista de La Razón en 1925 reavivó la visibilidad pública de su causa, invariablemente mantenida como emblema en los conflictos obreros de la FORA del V Congreso, y en los últimos años de la década las pancartas y pintadas exigiendo su indulto se multiplicaron. En 1928 el periodista Ramón Doll provoca un influyente alegato, examinando la desmesura con que desde la justicia se trata el delito motivado por causas políticas, que acababa con un indirecto pero claro petitorio de indulto. Tras el naufragio del Monte Cervantes en los canales fueguinos, que aisló temporalmente en Ushuaia a numerosos porteños, el diario Crítica envió a un redactor, Eduardo Barbero Sarzábal, a entrevistar a Radowitzky. La publicación de la entrevista tuvo un éxito rotundo, y atrajo finalmente la atención de los líderes políticos. El 14 de abril de 1930, Yrigoyen —que 14 años antes, durante su primera elección como presidente, había prometido a una delegación anarquista indultar a Radowitzky— cumplió con demora su palabra, y le concedió el indulto. Sin embargo, por el mismo documento lo condenó al destierro; el 14 de mayo el ARA Vicente Fidel López lo lleva al puerto de Buenos Aires, de donde deberá tomar otro buque a Montevideo con fondos propios y sin documentación, habiendo desaparecido la suya en los 21 años de prisión. La ayuda de las agrupaciones anarquistas uruguayas le permite, finalmente, sortear las trabas burocráticas y desembarcar.

Una de las primeras cartas que escribió fuera de prisión fue a la poetisa Salvadora Medina Onrubia, (quien luego fue esposa de Natalio Botana el creador del diario Crítica), que desde el asesinato de Falcón intentó liberarlo, primero acudiendo a Yrigoyen, y luego, al no obtener ayuda de este, ayudó a su fuga y posterior indulto.

En la capital uruguaya de Montevideo Radowitzky retomó su profesión de mecánico, tras verse frustrado su proyecto de retornar a la Unión Soviética. La situación perduró hasta el 7 de diciembre de 1934, cuando el gobierno de Gabriel Terra pretendió expulsarlo aplicando la ley de extranjeros indeseables. Las indicaciones de sus compañeros de movimiento, que le solicitaron que no acate la medida para no sentar un precedente perjudicial, llevaron a su prisión en el penal de la isla de Flores. El defensor del movimiento, el abogado Emilio Frugoni, logró en 1936 la conmutación de su pena por la de arresto domiciliario, pero carente de domicilio propio debió esperar seis meses más hasta ser liberado.

Con el inicio de la Guerra Civil Española, Radowitzky decidió sumarse a las Brigadas Internacionales. En el Frente de Aragón combatió con la 28 División de Gregorio Jover, compuesta principalmente por anarquistas; trabó allí amistad con Antonio Casanova, un gallego emigrado a la Argentina que había estado entre los fundadores de la Federación Anarco-Comunista Argentina. Perjudicada su salud por los más de 25 años en cautiverio, se trasladó luego a Valencia, donde se desempeñaría en la rama cultural de la CNT. Tras la victoria del bando franquista, atravesó los Pirineos y fue internado en el campo de Saint Cyprien.

Abandonó Francia para trasladarse a México, donde el poeta uruguayo Ángel Falco, cónsul de su país en la ciudad de México, le proporcionaría empleo en la legación. Editaría revistas para el movimiento y trabajaría en una fábrica de juguetes hasta el 4 de marzo de 1956, cuando un ataque cardíaco acabó con su vida.​ Sus restos descansan en el Panteón Español, en la Ciudad de México. Su epitafio reza: «Aquí reposa un hombre que luchó toda su vida por la libertad y la justicia social».