Manuela Rosas de Terrero, mujer y política argentina, conocida como Manuelita Rosas

Manuelita pasó a desempeñar funciones de anfitriona y colaboradora del padre, aunque su papel político fue diferente al cumplido por su madre.

Nació en Buenos Aires el 24 de mayo de 1817 y fue bautizada con los nombres de Manuela Robustiana, ese mismo día, por el doctor José María Terrero.  Se educó en la ciudad, pero iba con frecuencia a las estancias de su padre del Pino (o San Martín) y Los Cerrillos.  Poseía dotes musicales y fue su maestro de música el alemán Johann Heinrich Amelong, hacia 1835. 

Una descripción de Manuelita, de 1840, hecha por el reverendo Pontoppidan, de la fragata danesa Bellona, nos la muestra así: “Manuelita presenta un aspecto interesante sin ser regularmente hermosa.  Espiritualidad y alma se reflejan en todo su exterior, pero sus modales son exaltados, sus ojos echan llamas, y en todos sus rasgos y movimientos se puede leer cuál es su situación singular en la vida.  Los oficiales se sienten cómodos en compañía de doña Manuelita y admiran a esta mujer graciosa y guapa que monta los caballos más indómitos, fuma un cigarrito si el caso se ofrece, toca el piano y canta, y no mal, y entretiene una conversación corriente en español bueno y francés malo mezclados”.

José Mármol, quien muestra particular afición por la figura de la hija de Rosas, dejó más de un retrato literario de ella.  “Manuela –dice- no es una mujer bella, propiamente hablando; pero su fisonomía es agradable y simpática, con ese sello indefinible, pero elocuente que estampa sobre el rostro la inteligencia cuando sus facultades están en acción continua”.  Y poco más adelante, consigna: “Agregad a esto una figura esbelta; una cintura leve, flexible, y con todos esos movimientos llenos de gracia y voluptuosidad que son peculiares a las hijas del Plata, y tendréis una idea aproximada de Manuela Rosas, hoy a los 33 años de su vida; edad en que una mujer es dos veces mujer”.

Por su parte, el poeta Ventura de la Vega, que la conoció en Inglaterra poco después de su casamiento, hace este retrato de Manuela: “Es alta, muy alta, morena, pelo negro, ojos pardos muy expresivos, boca y nariz pequeñas: se da un aire en la cara a Teodora Lamadrid, y se le parece también en el metal de su voz.  No es gruesa pero tampoco puede decirse que es muy delgada, tiene muy bonito cuerpo, y un aire de los más distinguido y elegante que se puede ver.  Su conversación es franca; pero muy fina y con golpes de talento que dejan parado”.  Su primo Lucio V. Mansilla anota, sin embargo: “Mi abuela Agustina no era alta.  En la familia sobresalió mi madre que, propiamente, no era alta, como no lo era Manuelita Rosas.  Era el modo como erguían el cuello lo que las realzaba”.

Después de la muerte de Encarnación Ezcurra, Manuelita ocupó un importante papel en Palermo, junto a su padre, si bien algunos autores han exagerado su influencia sobre el Restaurador.  Luego de Caseros, lo acompañó a Inglaterra, y a pocos meses de su llegada, el 23 de octubre de 1852, pudo unirse en matrimonio con su novio Máximo Terrero, hijo de Juan Nepomuceno Terrero, amigo de Juan Manuel de Rosas.  Del matrimonio nacieron dos hijos varones: Manuel Máximo Nepomuceno, nacido el 20 de mayo de 1856, y Rodrigo Tomás, que vino al mundo el 22 de setiembre de 1858.  Vivieron en Hampstead, Londres.

El óleo de Prilidiano Pueyrredón que la retrata de cuerpo entero fue pintado en la segunda mitad de 1851, y le fue obsequiado por un grupo de ciudadanos federales que la agasajaron con un baile.  Para aceptar dicho retrato Manuelita consultó a su padre, y éste designó una comisión compuesta por Juan N. Terrero, Gervasio Ortiz de Rosas y Luis Dorrego para que dictaminara si debía acceder a ser retratada y al obsequio correspondiente.  La comisión dio un veredicto afirmativo.

El día que la visitaron unos gauchos domadores

En 1892, al conocer por los diarios locales la presencia de unos paisanos, los invitó a visitarlos en su chacra en Southampton, residencia en la que había vivido don Juan Manuel y en la que murió.

La chacra estaba ubicada a tres cuadras de la estación y que los paisanos entraron por una tranquera y marcharon derechito hacia una casa que vieron, muy semejante a los ranchos de las viejas estancias bonaerenses.

Manuelita los esperaba y de la muchacha esplendorosa retratada por Prilidiano Pueyrredon quedaba la viveza de sus ojos, el cabello tenía tintes plateados y la espalda había comenzado a encorvarse: tenía cerca de 80 años. Los saludó emocionada y repitió varias veces “mis gauchos, mis gauchos”.

Vale la pena recordar nuevamente sus nombres: Marciano Gorosito, de Melincué; Ismael Palacios, de Curumalalal; Zacarías Martínez y Bernabé Díaz, de Chacabuco; Valentín Paz, de Salto; Manuel Gigena y Abel Rodríguez, de Rojas; Rosario Romero, de Venado Tuerto; Juan Pacheco, de Catriló y Celestino Pérez, de Navarro.

En un momento, la hija del Restaurador les preguntó: “¿Alguno de ustedes ha cruzado por la estancia los Cerrillos?”. Ninguno contestó afirmativamente pero ella seguía añorando aquella tierra. Después les contó las habilidades que tenía su padre montando, tras lo cual llegó, con lágrimas, el abrazo. Era el final, el momento de la despedida.

Manuelita falleció en la capital británica el 17 de setiembre de 1898.

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