La toma de la Justine: Una hazaña poco recordada de las Invasiones Inglesas

La toma de la Justina tuvo lugar el 12 de agosto de 1806 y se considera como un hecho inédito la conquista de un barco por parte de una escuadra a caballo.

En la invasión inglesa a Buenos Aires de 1806, fueron gauchos los que, con más arrojo que organización disciplinada, intentaron oponer sus recursos a los aguerridos batallones de las fuerzas británicas. Uno de esos gauchos levantó en
ancas a Pueyrredón, cuando su caballo fue muerto en medio del combate de Perdriel.
Según escribió el historiador inglés Henry Ferns en su libro Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX, los gauchos formaban una leveé en masse (Levantamiento de masas) pero no estaban carentes de experiencia militar y su particularidad era que se trataba de jinetes por naturaleza. La experiencia militar había sido adquirida en la lucha contra el indio, ya que muchos formaban parte del regimiento de Blandengues, que cumplían funciones de guardia fronteriza y policía. Estos jinetes fueron reclutados por Pueyrredón, su superioridad numérica y su adaptación a las especificidades del ambiente los hicieron superiores a la disciplinada y bien equipada caballería de una nación europea.
El 12 de agosto de 1806, el ejército inglés, reducido a menos de mil mosquetes —en las playas de Quilmes, habían desembarcado 1635 hombres—, marchó hacía el Cabildo, cruzando la Plaza Mayor entre dos filas de milicianos criollos, donde hubo de rendir sus banderas, estrellando muchos de los vencidos con energía sus armas contra el suelo, frustrados e indignados por haber sido derrotados por aquellos “andrajosos”, “plebe frenética, que parecía asumir para sí el poder soberano”, como expresara el cronista inglés Alexander Gillespie.
En ese momento, por los arrabales septentrionales de la urbe, entraba un joven jinete con el pingo al galope tendido. Por su poncho colorado mostraba que era un gaucho salteño. Era el alférez Martín Miguel de Güemes del Regimiento “Fixo” de Buenos Aires. El gaucho Güemes, que tenía entonces 21 años, venía galopando desde la madrugada del día anterior, por el camino de postas proveniente de La Candelaria, paraje situado a 79 leguas [395 kilómetros] de Buenos Aires. Traía un despacho del virrey Sobremonte a Liniers, cumpliendo su misión en menos de treinta horas. Al presentarse ante el comandante de la Reconquista, de quien era el edecán y su principal ayudante, apenas pudo tomar un breve respiro. Una nueva misión le aguardaba.

La toma de la Justine: una hazaña incomparable

Los pocos barcos británicos que habían sobrevivido al temporal de la noche anterior, se acercaron al Retiro para tirar sobre ese punto y sobre todo el bajo, desde allí hasta el Fuerte. En las primeras horas de la tarde, las fuerzas criollas colocaron en batería dos piezas de 18 libras, que lograron poner fuera de combate a un pequeño barco inglés y a la sumaca La Belén de los españoles, que el almirante Sir Home Riggs Popham había capturado en el Riachuelo.
El Justine, buque mercante, artillado con 26 piezas y tripulado con más de cien soldados, oficiales y marineros, estuvo disparando casi toda la tarde sobre las fuerzas de la resistencia. Desconociendo los secretos de la navegación en el río, quedó varado por una súbita bajante a unos 400 metros de las barrancas de la Plaza de Toros en el Retiro —hoy Plaza San Martín—, lo que fue advertido por los centinelas de la batería Abascal.
El tradicionalista argentino Pastor Servando Obligado [1841-1924] publicó en el diario La Razón del 12 de agosto de 1920 un artículo titulado Güemes en Buenos Aires en el que describe: “Antes de ser general fue soldado, como ante todo, salteño, y sobre todo, patriota de nacimiento. Afiló la espada que había de sablear chapetones hasta la más lejana frontera en piedras de estas calles, ensayando las memorables cargas de su renombre por sierras y montañas, en la playa del Plata, cuya bajante dejó en seco al buque de guerra inglés, cooperando a su abordaje […]” Más adelante, se refiere al instante en que Liniers envía a su edecán hacia el Retiro con un parte de guerra: “Ud., que siempre anda bien montado; galope por la orilla de la Alameda, que ha de encontrar a Pueyrredón, acampado a la altura de la batería Abascal, y comuníquele orden de avanzar soldados de caballería por la playa, hasta la mayor aproximación de aquel barco, que resta cortado de la escuadra en fuga […]” La orden sólo implicaba aproximarse al buque, sin referencia a su abordaje.
Pueyrredón, al recibir el despacho, puso inmediatamente bajo el mando de Güemes la única tropa montada de que disponía: no más de treinta gauchos armados con lanzas, boleadoras, facones, sables y algunas tercerolas. Estos no trepidaron en descender la empinada barranca y zambullirse en el brumoso río. Con sus caballos metidos en el agua hasta los ijares, se lanzaron tacuara en mano en una carga asombrosa, pocas veces registrada en la historia militar: el abordaje a caballo de un buque de guerra de la marina más poderosa del mundo de aquel entonces. Los bravos paisanos alentados por el alférez salteño abordaron la nave enemiga y lograron rendir a su tripulación luego de breve y reñido combate. Los británicos, muchos de ellos artilleros y tiradores excelentes, habían sido doblegados por el estupor de ver surgir repentinamente esos centauros marinos emponchados que trepaban sobre sus amuras con una vehemencia inaudita.
Las aguas cruzadas por gauchos a caballo capitaneados por Güemes, ya no son más aguas, el lugar que cubrían ha sido ganado al río y hoy es tierra firme. En ese sitio se encuentra la Plaza Fuerza Aérea Argentina.
Reconquistada Buenos Aires, algunos jefes y oficiales ingleses fueron confinados en Luján. Allí, Beresford y algunos de los otros prisioneros que lo acompañaban, presenciaron un partido de pato. En este caso los protagonistas fueron soldados criollos pertenecientes al regimiento de Húsares. Formados en bandos, frente a frente, el capitán Vicente Villafañe, montado en un espléndido caballo —dice Ricardo Hogg— cruzó al galope en medio de ellos y al llegar al final de las filas hizo rayar su pingo y tiró el pato por encima del hombro. El espectáculo colmó de asombro a los oficiales ingleses, uno de los cuales, el teniente coronel Pack, donó como premio un par de espuelas de plata.
A pesar de la adversa suerte de las armas, los extranjeros fueron cautivados por el hechizo de la pampa y de sus gauchos. Cuestiones que se reflejarían en la literatura británica, así los describía Sir Walter Scott:
“Las vastas llanuras de Buenos Aires no están pobladas sino por cristianos salvajes, conocidos bajo el nombre de “huachos”, cuyo principal mobiliario son los cráneos de caballos, cuya única comida es la carne cruda con agua, cuya única ocupación es apresar ganado cimarrón y cuya principal diversión es montar un caballo hasta reventarlo. Lamentablemente prefirieron su independencia nacional a nuestros algodones y muselinas”.

Fuente: bicentenario1806-2006

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