“La semana de fuego”: La ola de calor de la Argentina de 1900

La ciudad sufrió temperaturas de hasta 37 grados de manera sostenida.

La Ciudad de Buenos Aires vivió una terrible ola de calor entre el 1º y el 8 de febrero de 1900, que se conoció como «La Semana de Fuego». Las personas fallecían en la calle víctimas de una «insolación fulminante» y se llevó a pensar incluso que se trataba del fin del mundo. «El sol, el estado higrométrico de la atmósfera, y no una epidemia, ha sido el origen del daño», explicaba la publicación «Caras y caretas», ante los temores de que se estuviera experimentando un brote de cólera u otra enfermedad infecciosa. Agregaba que la edición se había visto afectada por los casos de «insolación» que se habían registrado en los talleres gráficos donde se imprimía la famosa publicación.

Personas que caían víctimas de una «insolación fulminante», ambulancias inutilizables en el momento de mayor necesidad porque se quedaban sin caballos, paranoia colectiva por la posibilidad de «una epidemia desconocida» o que se cumplieran las profecías sobre el fin del mundo, fueron algunas de las reacciones que desató en Buenos Aires la denominada «Semana de Fuego».

«No hay precedente de desastre tan grande en ninguna parte del mundo», puede leerse en una carta del 5 de febrero de 1900 que conserva el museo del Servicio Meteorológico Nacional (SMN). En la esquela, el empresario Julio Solanet no pudo sustraerse del tema más convocante de aquellos tórridos días, durante los cuales unas 350 personas murieron —muchos por insolación o golpe de calor— en la Ciudad de Buenos Aires, según pudo reconstruir la agencia Télam a partir de lo publicado en diarios de la época.

«Es espantoso ver cómo la gente caía fulminada en la calle (…) Nuestro amigo fue víctima también del calor y en el trayecto a la casa mortuoria(…) hubo seis caballos fulminados(…) lo que trastornó la marcha», continúa la carta de Solanet. El texto abunda en otros detalles dramáticos: «la asistencia pública, la policía y los transway (tranvías) se quedaron sin caballos» y «los cadáveres recogidos de la calle fueron llevados a la Chacarita (…) por montones».

Durante la «Semana de Fuego» del 1º al 8 de febrero de 1900 la temperatura mínima no bajó de los 23,5 grados y la máxima más elevada rozó los 37 grados, con una sensación térmica que osciló entre los 40 y los 49 grados por períodos de hasta 11 horas consecutivas por la elevada humedad, según consta en la biblioteca del SMN.

«Para esa semana tenemos algunos datos que son anecdóticos y no están incorporados a la base de datos oficiales porque aún no se había adoptado un protocolo de medición y, por lo tanto, no son comparables», explicó a Télam Cindy Fernández, comunicadora meteoróloga del SMN. Fernández advirtió que «lo que fue considerado algo anormal y provocó gran cantidad de víctimas en el 1900, son las mismas temperaturas que se registraron esta semana en Buenos Aires», cuando la ciudad atravesó la segunda ola de calor del año. «Por el cambio climático, estas temperaturas las tenemos ahora casi todos los veranos, pero no provocan las consecuencias del 1900 porque le evolución tecnológica y del sistema de salud hacen que la sociedad esté mucho más adaptada», señaló.

Durante los primeros cuatro días de la Semana de Fuego, Buenos Aires experimentó lo que hoy sería una «ola de calor» pero no sería ni por asomo una de las más intensas sufridas hasta nuestros días, ya sea en cantidad de días o temperaturas extremas. De hecho, la ola de calor más larga que asoló Buenos Aires se registró los últimos nueve días de 2013.

Las altas temperaturas de la Semana de Fuego dieron lugar a titulares como «Calor mortal: varios casos fatales de insolación», «Un día pavoroso» y «Atmósfera mortífera». «El calor lo domina todo y lleva desde la desesperación y el desconcierto de los cuerpos y los espíritus hasta la congestión cerebral y el suicidio», escribió el diario La Nación del 3 de febrero antes de relatar las circunstancias de los 13 muertos registrado el día anterior, la mayoría obreros que caían «fulminados» mientras realizaban tareas expuestos al fuego o al sol.

«Lo insólito» e «inesperado» del evento que «impresionó los espíritus», hizo que dos días después el periodista lo comparara con «aquel Viernes Santo en que la fiebre amarilla hizo sucumbir a centenares de víctimas». Ese día, el matutino dio cuenta de 226 afectados y 90 muertos, y por primera vez se escribió que no se trataba de una «epidemia misteriosa» ni de un brote de peste bubónica, como se sospechó al principio.