La plaza Marcos Sastre y la historia del antiguo cementerio

En 1898 por razones de salubridad se lo clausuró a través de una ordenanza. El 28 de noviembre de 1919 el Honorable Concejo Deliberante, mediante otra ordenanza, dispuso que el predio fuera convertido en plaza pública y que los restos allí depositados fueran retirados en un plazo de noventa días.

El espacio erigido sobre la intersección de las avenidas Ricardo Balbín y Monroe perteneció, en la segunda mitad del siglo XIX, al antiguo pueblo de Belgrano.

«El antiguo pueblo de Belgrano tuvo su propia necrópolis que fue clausurada años después que, ya como ciudad, fuera anexada a la capital de la República. El predio se destinó a plaza al que se le dio el nombre de un distinguido vecino de la zona que, con su obra, educó a varias generaciones de argentinos».

Fue por la fiebre amarilla que, por disposición del entonces gobernador de la provincia, Emilio Castro, los cadáveres debían ser enterrados en forma inmediata, prohibiéndose las misas de cuerpo presente y el traslado por fuera de la zona de fallecimiento.

«A raíz de la epidemia de fiebre amarilla de 1871, el cementerio se estableció en un predio más grande, donde hoy se encuentra la plaza. Fue nutrido por la frecuencia de las pestes hasta 1896, cuando la Municipalidad decretó su cierre. Sin embargo, siguió funcionando».

Entre algunos de los ocupantes que allí encontraron sepultura se destaca el escritor y educador Marcos Sastre, fundador del Salón Literario y vecino de la zona, fallecido en 1887. Tras el cierre del cementerio, sus cenizas fueron trasladadas a la Recoleta, donde hoy reposan.

«Trasladar a un cuerpo hasta el nuevo cementerio era caro. Por una módica suma, la Municipalidad todavía permitía que los vecinos enterrasen a sus familiares en el predio del cementerio cerrado, que se transformó en un lugar atravesado por los arbustos y el silencio cómplice».

La clausura definitiva fue dictaminada por el Concejo Deliberante en 1908. Entre los argumentos, además del «espectáculo poco armonioso» que ofrecía el terreno, se mencionaba que «la lluvia atravesaba las sepulturas y contaminaba las napas de agua potable», cita que se desprende de la normativa oficial.

¡Sólo 90 días!

En la sesión ordinaria del 28 de noviembre de 1919, los concejales García Anido y Ortiz y Grandi sometieron a consideración un proyecto de ordenanza por el cual proponían destinar como plaza pública con habilitación para realizar ejercicios físicos al todavía ocupado cementerio.

Los propios ediles calificaron las condiciones del lugar como un sitio “que afecta las reglas higiénicas, estéticas y hasta de moralidad.” Además hacían referencia a las Ordenanzas que establecían su clausura y las tramitaciones del Ejecutivo con los propietarios de los sepulcros.

Pero lo más importante era que se transformara en un lugar para el solaz de los vecinos “un motivo de progreso, para el numeroso núcleo de la población establecido en Villa Urquiza.” De esta forma el terreno comprendido por las calles Miller, Monroe y Valdenegro8 y las vías del ferrocarril fue destinado a plaza pública.

El problema era que finalmente se desocupase el lugar, por lo cual se dispuso intimar a los deudos por medio de la publicación de edictos por 90 días en dos diarios de la ciudad. Vencido el plazo, la Administración del Cementerio del Oeste debía realizar el inmediato traslado de aquellos que no hubieran sido retirados.

Además se disponía la iniciación de acciones legales a quienes hubieran firmado convenios de permuta con la Municipalidad y todavía fueran reticentes a su cumplimiento, sin perjuicio de realizar el traslado y guarda de los restos hasta la resolución definitiva. Así fue como a comienzos de 1920 se inició el traslado de los restos, aunque nada dicen los libros de inhumaciones del Cementerio del Oeste sobre la pequeña necrópolis.

En abril de 1922 se cerró definitivamente y el predio vacío quedó librado como espacio para uso público. Recién por Decreto 5571/45 el Municipio autorizó el mantenimiento perimetral de la plaza sin nombre, dejando los mosaicos originales de la calle Monroe y ordenando la colocación de mosaicos similares sobre las laterales Miller y Valdenegro, pero continuó anónima hasta que, como veremos, recibió el nombre de un reconocido vecino de la zona.

Durante mucho tiempo, los vecinos del barrio más longevos recordaban que durante su niñez, después de lluvias intensas, era común encontrar huesos y reliquias en el barro, al costado del arenero.