La Casa de Tucumán y su historia

Es el monumento más venerable de la Argentina, en ella se juró la Independencia Nacional el 9 de Julio de 1816

Luego de encendidos debates y de posiciones encontradas entre distintos sectores, el 23 de septiembre de 1816, se tomó la decisión de trasladar el Congreso a Buenos Aires bajo el fundamento de que «el cuerpo representativo resida al lado del poder ejecutivo y la necesidad mas que nunca de sostener al Director». Los primeros días de enero de 1817 la casa fue el escenario de las últimas sesiones.

Su historia..

Hacia fines del S. XVII, el alcalde Diego Bazán y Figueroa había construido su vivienda en el terreno que hoy ocupa la Casa de la Independencia, según lo atestigua su testamento de 1695.
En 1765 la Casa pasó a ser propiedad de Doña Francisca Bazán, esposa de Miguel Laguna, que la recibió de sus padres como dote.
El frente de la casa, con sus características columnas torsas, debió ser construido por los Laguna y Bazán, ya que este tipo de ornamentación aparece en el Norte a fines del Siglo XVIII.
En 1816, ante la necesidad de contar con un local para las sesiones del Congreso que se reuniría en Tucumán, se optó por la Casa de Doña Francisca Bazán de Laguna. La tradición afirma que Da. Francisca prestó la casa para las sesiones, pero investigaciones posteriores consideran, acertadamente, que el Estado Provincial dispuso usarla, ya gran que parte de la Casa estaba alquilada para la Caja General y Aduana de la Provincia. La casa durante un tiempo más, continuó siendo alquilada para que funcionara allí la imprenta del ejército. Poco después la familia la ocupó nuevamente, alquilando solamente los locales del frente.

En 1838 fallece Nicolás Laguna (hijo del comerciante MIguel Laguna) y la casa, por relaciones de parentezco, queda en manos de la familia Zavalia. Los nuevos propietarios serán; Carmen Zavalia (nieta de Francisca Bazán de Laguna) y Pedro Patricio Zavalia, su tio esposo.

En la década de 1840, se realizaron importantes trabajos para reparar su estado ruinoso y se llevaron a cabo algunas reformas, como la demolición de todas las construcciones del segundo patio, donde fue edificada una nueva cocina. Luego de eso, la casa entró en un período de decadencia.

El clima húmedo y mayormente cálido de Tucumán, contribuyó en gran medida al deterioro permanente y sin pausa de la casa, pasados sus años de gloria. También, los avatares de la economía de la familia dueña en esos años de la propiedad, explican que unos cuarenta años después la vivienda se encontrara prácticamente en ruinas.

En el año 1869 Ángel Paganelli tomó unas fotografías del primer patio de la casa y del ruinoso frente de la casa, en la que aparecen, sentados en la vereda, el conductor de la carreta en la que desplazaba el fotógafo con sus equipos fotográficos y el hijo de aquel. Por ese entonces ocupaban la casa dos de las hijas de Carmen y Pedro Patricio. Estas habían solicitado al Estado ayuda para mantener el edificio, pues carecían de medios suficientes para ello.

En 1869, siendo Presidente Domingo Faustino Sarmiento, fue sancionada la ley que autorizaba al Poder Ejecutivo Nacional a adquirir la casa y a hacerse cargo de su conservación. En 1874 y luego de largos trámites el Estado Nacional escrituró la propiedad, ya bajo la presidencia del tucumano Nicolás Avellaneda. A partir de ese momento la Oficina de Ingenieros Nacionales -hoy Dirección Nacional de Arquitectura, DNA- se hizo cargo de diversos proyectos y obras de mantenimiento en el edificio. En aquella época sólo se consideraba valioso al Salón de la Jura.



Desde entonces se instituyó la costumbre de celebrar todos los años los aniversarios de la Declaración de la Independencia en el Salón de la Jura, que era engalanado para la ocasión. A partir de 1893, estudiantes de las Universidades de Córdoba y Buenos Aires realizaron actos en la casa y colocaron las primeras placas conmemorativas. Los peregrinantes exigían la reposición del frente original.

En 1896, las oficinas del Correo y Telégrafos se trasladaron debido al estado ruinoso del inmueble y durante cuatro años el edificio quedó abandonado.

En 1902 el ingeniero Pedro de Aguirre, funcionario del Ministerio de Obras Públicas, informó que  » .. en el salón donde se juró la Independencia, se han producido desperfectos» y aconsejaba que se cambiase las tejas españolas por una techumbre de hierro galvanizado. Mutilada en su fachada y semirruinosa como estaba ya la Histórica Casa, ya no se pensó en restaurarla, sino simplemente en demoler todo el edificio, con la sola excepción de la Sala de la Jura, que debía ser protegida por medio de un templete. Y así se ordenó, mediante un Decreto firmado por el Presidente Julio A. Roca.

En 1903 comenzó la demolición y en setiembre de 1904, presidido por el mismo Roca, fueron inauguradas las nuevas instalaciones, una  obra que fue considerada en esos momentos como un gran acierto. Se había restaurado el rancho, revocando los muros, renovando los cimientos y el techo, arreglando pisos y puertas, Lo que eran las salas que daban a la fachada y la mitad del primer patio, quedó convertido en un patio jardín, con dos grandes bajorrelieves de 4 por 12 metros, fijados en las dos paredes. A continuación de ese patio, un monumental pabellón o templete, peyorativamente llamado por el pueblo «la quesera”. Era una obra vistosa y costosa de mampostería y de vidrio de un estilo afrancesado y lo que es más, según un tan buen juez como el arquitecto Buschiazzo, “de muy dudoso gusto”. Cierto es que lejos de realzar la Sala de Jura que quedaba bajo ella, la achicaba y humillaba. La autora de los bajorrelieves a que nos hemos referido, fue la artista argentina Lola Mora, que cobro cien mil pesos por cada uno de ellos y aunque fueron y son muy elogiados como obra de arte, fueron severamente criticados como documento histórico ya que para congraciarse con Roca, hasta puso los rasgos faciales de éste, en el rostro de un congresal militar que sí estuvo presente.

En 1915, siendo Ernesto Padilla gobernador de Tucumán, se procuró dar salida a la Casa Histórica y, a este fin, se pensó abrir una avenida a través del centro de todas las cuadras desde la calle 24 de septiembre hasta la calle General Paz, avenida que seria de 12 metros con veredas de 6 metros cada una. Nada se hizo en este sentido, pero el 22 de junio de 1916 se expropio el terreno que había al fondo de la casa histórica para levantar igual frente sobre la calle 9 de julio que el que tiene la Casa de la Independencia sobre la calle del Congreso, lo que felizmente tampoco se llegó a realizar.

En 1940 el edificio estaba otra vez casi en ruinas y se decidió demolerlo. «Sólo se conservó, escribe Juan Carlos Marinsalda (un investigador vinculado con la Dirección Nacional de Arquitectura), el Salón Histórico, protegido dentro de un monumental templete con cubierta de vidrio al estilo de los pabellones internacionales de la época».

La casa había sufrido, desde 1816, muchas modificaciones. En 1838 se hizo un inventario y allí constaba que tenía «techo de caña y teja en estado ruinoso» y tres patios. En la huerta «hay un pozo y cuatro naranjos dulces y dos agrios cercados de tapias». La casa siguió cambiando: desapareció el lugar de los criados, se unificaron espacios, se cerraron aberturas.

El Diputado Nacional por Tucumán, Ramón Paz Posse, presentó un proyecto que fue aprobado, por el que se habría de reconstruir en su totalidad la Casa Histórica, tal cual como existía en 1816 y la Comisión Nacional de Museos y Monumentos Históricos, a cuyo frente se hallaba entonces el doctor Ricardo Levene, tomó con todo empeño esta empresa. Se decidió echar abajo el recordado pabellón, templete o “quesera”; reconstruir la vieja casona en toda su integridad y afirmar las paredes y techumbre de la Sala de Jura. Para la realización de estos trabajos, se contrató al arquitecto Mario J. Buschiazzo, el hombre con mayor experiencia y por ello, capaz en estos menesteres. Profesor de la Universidad Nacional de Buenos Aires, conocedor y apreciador, como el que más, del arte colonial argentino, El arquitecto buscó en los archivos de Tribunales, en el de la Dirección Nacional de Arquitectura y en muchos otros lugares donde considerara posible encontrar datos que lo orientaran en su trabajo y pudo hallar media docena de planos de la planta y de alzadas de la Casa histórica y en 1941, comenzó la obra.

Una vez desaparecido el templete y levantado el piso moderno de baldosas, halló los cimientos de la vieja Casona, y con una fidelidad absoluta, volvió a reconstruir lo desaparecido. No halla plano alguno de la fachada primitiva, pero las bien conocidas fotografías que en 1868, sirvieron magníficamente a este fin. Como la Sala de Jura, aunque de gruesas paredes, daba señales de desplomarse, embutió pequeñas columnas de hormigón, con una viga de encadenado que debía actuar como suncho, y reforzó las armaduras de madera con escuadras de hierro colocadas de modo que no se vieran. Remplazo las tejas antiguas, con que a principios de este siglo se había cubierto el techo cuando se hizo el famoso templete o pabellón -, poniendo, en vez de ellas, tejas españolas, y no imitaciones sino de la época. Fue una suerte que esta reconstrucción coincidiera con la demolición de la casona de los Piedrabuena, que era análoga y de la misma época que la de los Zavalía, ya que así se pudo adquirir 600 tejas coloniales, 12 pilares de madera dura con sus zapatos, además de 12 puertas y 4 rejas, todo lo cual sirvió para la reconstrucción de la Casa Histórica. Aunque la vieja casona hoy conocida como la Casa Histórica, que como la del Cabildo de Buenos Aires ha tenido que pasar por tantas peripecias, actualmente solo en sus apariencias es lo que era en 1816, la Sala en que se juro la independencia es sustancialmente la misma y si toda la Casa es el santuario, esa Sala es el Sagrario: el lugar veneradísimo para todo argentino y de sumo respeto para todo extranjero que llega hasta sus silenciosos y elocuentes muros.

Hoy, a la entrada de la Casa Histórica, hay un zaguán y, a uno y otro lado del mismo, dos  amplios locales (que antes fueron comercios, con puertas a la calle), y uno más reducido a causa de estar allí, junto al zaguán, una salita para portería. Esta ala y las otras tres, igualmente edificadas, enmarcan el primero de los dos patios, de que consta esta vieja casona. Las habitaciones están en las alas verticales a la fachada y son ocho en total, mientras que en el constado opuesto al de entrada hay una sola de tamaño regular y otra grande, además de un ancho paso que une el primer patrio con el segundo, a cuyos lados se hallan espacios cerrados por tres lados, como para depósitos o armarios. El salón, que es cuanto queda del edificio primitivo, mide 15 metros de largo, 5 de ancho y 6 de alto, hasta la cumbrera. En el medio del mojinete tiene una puerta de 1,15 metros de ancho; una de las paredes laterales no tiene aberturas, la otra tiene dos puertas, y entre éstas, una ventana; las puertas de 1,50 metros de ancho y la ventana de 1,25. Esta tiene una reja de 12 barrotes, con 3 travesaños, las dos hojas que la cierran tienen tres vidrios cada una y su correspondiente postigo. Las paredes, que son de barro, de un espesor de 0,90 metros, están pintadas, en el interior, de color azul hasta 4,50 metros de alto, y el 1,50  restante, como el techo, de blanco. En el exterior tienen color amarillento y friso color marrón obscuro. Los marcos y los umbrales son de quebracho y las puertas, algo carcomidas ya, de algarrobo. Las ocho cabreadas, igual que las vigas, de nogal, todas las maderas están pintadas como el friso. En las aberturas se conservan los herrajes de la época, y en algunas los dispositivos para asegurar las trancas. Del techo cuelgan 3 faroles hexagonales de hierro forjado y pintados de color negro. El piso es de baldosas coloradas, de 0.25 por 0,25 metros.

El señor Zenón Márquez, describe en esta forma cómo se ve hoy la Casa Histórica de Tucumán : «A cuadra y media de la plaza de Tucumán, en la que hoy se llama calle del Congreso, a principias del siglo XIX, existía un caserón de hidalga presencia, donde jurándose la independencia, se resolvió el magno problema de nuestra nacionalidad. La memorable Casa Histórica, es hoy un frontispicio moderno, figurando como unos torreoncitos, en toda su extensión superior. Mira al naciente, levantando unos veinte metros más adentro de su alta y elegante verja de hierro con su gran portada. Circundando este espacio, de la verja a la fachada, se ve en profusión, graciosos y altos rosales. A ambos lados.de la entrada y frente a frente, se admiran los bajorrelieves en bronce, de Lola Mora, en una superficie de tres metros de alto por catorce de ancho cada uno. El de la izquierda, entrando, representa a los congresales en la sala de sesiones, de pie, con los brazos levantados, declarando imponentemente a la faz de 1a tierra, la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. El de la derecha representa el pueblo, en un lleno de regocijo, victoriando a sus preclaros ciudadanos, que retribuyen saludos con los sombreros y que al mismo tiempo, parecen arengando a la multitud. Destácanse tipos genuinos de la nueva nacionalidad y magníficos personajes de tamaño natural, de más de un metro sesenta de altura, sobresaliendo la arrogante apostura de los «representantes», que tienen un parecido- notable con sus originales. Se entra a la mansión que guarda la casa, por tres grandes puertas vidrieras: a la central la antecede un vestíbulo que ostenta un escudo nacional. La que generalmente está abierta sirviendo de entrada habitual, es la de la izquierda. Más hacia la izquierda, hay una pequeña puerta que conduce subterráneamente al final interior, en donde, por una escalera, se sube a la tribuna que ocupan los oradores y el público”.

“Ya estamos adentro del edificio y enseguida, del salón único, que mide unos treinta metros de frente por catorce de ancho, aproximadamente. Un gran rancho a dos aguas, de teja y barro, sin alero, ubicado en el centro con un mojinete recostado sobre la pared lindera con el norte, terminando el otro extremo sur a los veintiún metros de largo por nueve de ancho, por una gran puerta que mira a la tribuna. Este glorioso rancho digo, fué, es y será lo que pomposamente seguirán llamando las generaciones futuras la gran Sala, de Sesiones del Congreso de Tucumán». Adornan las paredes de esta sala, veinte retratos al óleo, de más de un metro por lado, de los representantes del año XVI, presididos por Narciso de Laprida. Interior y exterior blanquísimos, con un alto friso celeste. Su piso es de adobe cocido, de forma cuadrangular, de treinta y cinco a cuarenta centímetros de largo cada uno. Recostada a la pared de la casa, que enfrenta a la tribuna, está una mesa alta, inclinada en forma de escritorio, con tapa levadiza y encima, el gran libro de firmas. Una gran portada de salida al fondo, que se extiende unos veinticinco metros más; un gran patio de pedregullo en el medio y a su alrededor, frondosas enredaderas, rosales de. arbustos. A un lado de la casa el guardián. Es de sentir que varias provincias y gobernaciones no estén representando el alma palpitante de sus hijos, reverenciando esta joya, con el fervor inextinguible del patriotismo que, cual fuego sagrado, debiera perdurar encendido y ardiendo en el corazón de cada argentino. ¡Loor a los patricios esclarecidos del Congreso de Tucumán!».

Fuente: casadelaindependencia

Capítulos relacionados por etiqueta