Horacio Quiroga, el escritor de la selva
Escritor, dramaturgo, periodista y autor del célebre “Cuentos de amor, de locura y de muerte”. Considerado alguna vez como “el Edgar Allan Poe sudamericano”.

«Cuando saqué la primera foto entre las ruinas de San Ignacio, supe que aquella tierra me había atrapado para siempre, que me sería imposible regresar, porque era ese el lugar en el que quería vivir y contar lo que veía», dijo una vez el escritor Horacio Quiroga, cuando llegó a la selva misionera como fotógrafo. Y lo hizo acompañado de otro gran escritor del momento, Leopoldo Lugones, motivado por todo lo que ofrecía la exploración de las ruinas jesuíticas. Así fue cómo Horacio Quiroga adquirió varias hectáreas y se estableció con su familia.
Horacio Silvestre Quiroga Forteza nació el 31 de diciembre de 1878 en Salto, Uruguay. Su infancia quedó marcada por la muerte de su padre, quien se disparó accidentalmente cuando descendía de una embarcación, en presencia de su mujer y del propio Horacio. En 1891, su madre casó con Ascencio Barcos, quien fue un buen padrastro para el niño, pero la tragedia volvió a tocar la puerta: cinco años después de la boda Ascencio sufrió un derrame cerebral que le impedía hablar; lesión que lo indujo a quitarse la vida de un disparo.
No obstante, Quiroga tuvo la literatura de aliada, incluso desde muy joven. Se dice que, inspirado por una joven mujer de quien se había enamorado, escribió Una estación de amor (1898). Más tarde viajó a Europa, donde conoció a muchas de las personalidades intelectuales que allí se encontraban, como el poeta Rubén Darío. Esta experiencia tomó registro en su Diario de viaje a París (1900). Y fue a comienzos del nuevo siglo cuando se instaló en Buenos Aires, para continuar con una carrera literaria imparable: publicó Los arrecifes de coral (1901), poemas, cuentos y prosas líricas de corte modernista; los relatos de El crimen del otro (1904), la novela breve Los perseguidos (1905), inspirada en aquel viaje junto con Leopoldo Lugones por la selva misionera, y otra más extensa: Historia de un amor turbio (1908). Un año después de esta novela, llegó a la provincia de Misiones, donde se desempeñó como juez de paz en San Ignacio, mientras cultivaba yerba mate y naranjas.
Nuevamente en Buenos Aires, trabajó en el consulado de Uruguay y publicó, tal vez, la famosa de sus obras: Cuentos de amor, de locura y de muerte (1917), a la que siguieron Cuentos de la selva (1918) y El salvaje (1920), la obra teatral Las sacrificadas (1920) y el renombrado Decálogo del perfecto cuentista (1927), en el que reunió determinados consejos y orientaciones a los jóvenes escritores que quisieran incursionar en el género cuentístico.
A su vez, colaboró en diferentes diarios y revistas, como Caras y Caretas, Fray Mocho, La Novela Semanal y La Nación, entre otros. Más tarde, publicó la novela Pasado amor, sin mucho éxito. Hay quienes aseguran que, a partir de ese momento, sintió cierto rechazo de las nuevas generaciones literarias y regresó a Misiones para dedicarse a la floricultura. Fue en 1935 cuando publicó su último libro de cuentos, Más allá.
En Buenos Aires, le diagnosticaron un cáncer gástrico que, según se comenta, pudo haber sido la causa que lo impulsó al suicidio. Horacio Quiroga se quitó la vida con cianuro, el 19 de febrero de 1937.