Historias de amor: Camila O’Gorman y el sacerdote Ladislao Gutiérrez
La historia comienza en 1843 cuando la joven Camila, perteneciente a una familia distinguida y católica, conoce al párroco Ladislao. Enamorados, 4 años más tarde, se fugan para empezar una vida juntos sin pensar en un trágico final.

Camila O’Gorman fue una joven argentina que protagonizó una trágica historia de amor durante el segundo gobierno de Juan Manuel de Rosas. Enamorada del sacerdote de su capilla, el tucumano Ladislao Gutiérrez, huyó con él el 12 de diciembre de 1847 para refugiarse Goya, Corrientes. Finalmente fueron descubiertos y entregados al Gobierno, que decidió su fusilamiento.
O’Gorman nació en Buenos Aires, fue bautizada el 12 de agosto de 1828, en la iglesia Nuestra Señora de La Merced, como María Camila. Era la hija menor de Adolfo O’Gorman (natural de la Isla de Francia) y Joaquina Ximénez Pinto (nacida en Buenos Aires). Fue la quinta de los seis hijos en una familia de clase alta, de ascendencia mixta irlandesa, francesa y española. Dos de sus hermanos, como era típico de las familias poderosas en la Argentina poscolonial, emprendieron respetables carreras en la sociedad argentina. Uno, Eduardo O’Gorman, buscó una posición en la Orden Jesuita, mientras que el otro, Enrique O’Gorman, estuvo al frente de la policía y de la penitenciaría, obtuvo general reconocimiento por su papel en la epidemia de fiebre amarilla en Buenos Aires y fue el fundador de la Academia de Policía de Buenos Aires. Camila era considerada un baluarte de la sociedad educada, y bailaba con frecuencia en fiestas formales en la sede del gobernador. También era amiga íntima y confidente de la hija de Rosas, la muy popular Manuelita, de quien ya hemos escrito anteriormente.
Ambos sabían que no iba a ser fácil llegar a Río de Janeiro, la meta que se habían fijado. En febrero de 1848 obtuvieron sus pasaportes. Camila pasó a llamarse Valentina Desan y su esposo, Máximo Brandier, jujeño y comerciante.
Con estas identidades falsas, sin mirar hacia atrás, se instalaron en la ciudad de Goya, donde la “señora Brandier” abrió una escuela para niños mientras tomaban los recaudos para dar el ansiado salto hacia el vecino país.
A todo esto, ante la ausencia de su hija, el padre de Camila se dirigió al Gobernador, don Juan Manuel de Rosas, para transmitirle la preocupación de la familia:
“Me tomo la libertad de dirigirme a V. E. por medio de esta, para elevar a su Superior conocimiento el acto más atroz y nunca oído en el país, y convencido de la rectitud de V. E. hallo un consuelo en participarle la desolación en la que está sumida toda mi familia. (…) Así señor, suplico a V. E. dé orden para que se libren requisitorias a todos los rumbos para precaver que está infeliz se vea reducida a la desesperación y conociéndose perdida, se precipite en la infamia.”
La huida se hizo pública. El obispo Medrano manifiesta que tal hecho “constituía un procedimiento enorme y escandaloso… contra el que fulminaban las penas más severas la moral divina y las leyes humanas”, Rosas moviliza la policía, hace fijar carteles con la filiación de los prófugos y envía sus datos a los gobiernos federales, pidiéndoles la captura y remisión de Camila y de Gutiérrez, sin importarle las críticas que recibe de los exiliados argentinos.
Ajenos a la persecución de que eran objeto, Camila y Ladislao despertaban uno junto al otro, el mundo había cambiado para ellos, eran libres y habían vencido. Así vivieron, llenos de vida e ilusionados hasta el mes de junio, cuando fueron invitados a un cumpleaños y tuvieron la desgracia de encontrarse con un conocido, el cura irlandés Miguel Gannon, quien de inmediato los denunció ante las autoridades.
Una vez capturados y traídos a Buenos Aires, el Restaurador ordenó que llamaran a un cura para que suministre a los condenados los auxilios de la religión, y fueran fusilados, sin dar lugar a apelación ni defensa, desechando la opinión de jurisconsultos contrarios a la ejecución, y el pedido de su hija Manuelita que alegaba el embarazo de su amiga de la infancia. Un embarazo que muestran el cine y la literatura, aunque no existen documentos ni testigos que lo avalen.
De acuerdo a las leyes que regían aquella sociedad, lo lógico hubiese sido que el Estado entregara al sacerdote a su Orden, para que le iniciara un proceso interno, ya que a lo sumo podían quitarle los hábitos y considerarlo el autor de un rapto sin violencia, y a Camila, que era mayor de edad, no había de que acusarla.
“Camila: acabo de enterarme que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos en el Cielo ante Dios. Te abraza, tu Gutiérrez”
Interrogada en un raro proceso de investigación, Camila negó haber sido violada, como sugería su familia, y afirmó que su amado no era responsable de los hechos. Ella dijo, acaso intentando protegerlo de la justicia eclesiástica, que lo había avanzado, buscando el romance, y era la ideóloga de la fuga rumbo al Litoral, escala previa de una hipotética vida futura en Brasil.
El gobierno, que no consiguió que un comité de expertos encontrara un delito en este caso, aseveró que existía un auténtico “clamor popular” por la violación de los votos de castidad del sacerdote para justificar lo que iba a suceder: un doble fusilamiento.
Camila, después de declarar que no estaba arrepentida y que tenía la conciencia tranquila, recibió el siguiente mensaje de Ladislao: “Camila: acabo de enterarme que mueres conmigo. Ya que no hemos podido vivir juntos en la tierra, nos uniremos en el Cielo ante Dios. Te abraza, tu Gutiérrez”.
La sentencia se cumplió el día 18 de agosto de 1848, en Santos Lugares, una localidad de la provincia de Buenos Aires.
Muchos trataron de quitar responsabilidad a Rosas; sin embargo, el mismo Rosas, desde su exilio en la ciudad de Southampton, Inglaterra, la aceptaba, como puede apreciarse en la carta que le envía a Federico Terrero el 6 de marzo de 1870: «Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O’Gorman, ni nadie me habló en su favor. Por el contrario, todas las personas del clero me hablaron o escribieron sobre el atrevido crimen y la urgente necesidad de un castigo ejemplar para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo, y, siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución… Mientras presidí el Gobierno de Buenos Aires y fui encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del Poder por la Ley, goberné según mi conciencia: soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos».
Muchos trataron de quitar responsabilidad a Rosas; sin embargo, el mismo Rosas, desde su exilio en la ciudad de Southampton, Inglaterra, la aceptaba, como puede apreciarse en la carta que le envía a Federico Terrero el 6 de marzo de 1870: «Ninguna persona me aconsejó la ejecución del cura Gutiérrez y de Camila O’Gorman, ni nadie me habló en su favor. Por el contrario, todas las personas del clero me hablaron o escribieron sobre el atrevido crimen y la urgente necesidad de un castigo ejemplar para prevenir otros escándalos semejantes o parecidos. Yo creía lo mismo, y, siendo mía la responsabilidad, ordené la ejecución… Mientras presidí el Gobierno de Buenos Aires y fui encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, con la suma del Poder por la Ley, goberné según mi conciencia: soy, pues, el único responsable de todos mis actos, de mis hechos buenos como de los malos, de mis errores y de mis aciertos».