Gertrudis Medeiros, heroína gaucha de la independencia
Efectuó eficaces tareas de espionaje y sabotaje contra las fuerzas realistas que ocupaban la ciudad de Salta durante la Guerra de Independencia de la Argentina

Además de sus hombres, Salta ofrendó a la independencia de la Argentina, a sus mujeres. Muchas, desconocidas heroínas que dieron sus vidas. Negadas sus terribles historias -muchas fueron torturadas y violadas- ahora comenzamos a recuperarlas. El antropólogo e historiador Gustavo Flores Montalbetti, rescata a Gertrudis Medeiros, guerrera de la independencia.
“Nació en Salta el 9 de abril de 1780. Sus padres fueron Joseph de Medeiros y doña Gerónima Martínez de Iriarte. De particular belleza; alta, delgada, de tez morena y grandes ojos. Dueña de un carácter seguro y decidido, había aprendido a leer y escribir a la perfección. En junio de 1799 se casa con el coronel Juan José Fernández Cornejo”, cuenta Flores. “Se radicaron en la hacienda de Nuestra Señora de La Concepción o El Lapacho del Campo Santo (actual finca La Población), que el joven coronel heredó de su padre. Juan José, alternaba sus campos, vecinos al ingenio San Isidro, con el Destacamento de Caballería de Milicias de La Viña (Betania). En 1805 nació la primera de sus hijas: Juana Josefa, y en 1808 Juana Manuela.
Amor por la libertad
“Gertrudis le contagió a su esposo el entusiasmo por la Independencia. De manera que hicieron cuantiosas donaciones de caballos, mulas, vacas y granos. El coronel moriría en un confuso episodio en 1811. Gertrudis, a pesar de la viudez y un embarazo, además de las dos pequeñas y la administración de sus bienes, no dejó “la causa”. En febrero de 1813 sus propiedades -la Casa Quinta de Medeiros y otra frente de la plaza principal- fueron atacadas por las tropas realistas. Ella fue tomada prisionera en su hacienda de Campo Santo y trasladada a Salta días antes de la batalla. Fue luego liberada por Belgrano. Pero en 1814, una partida realista al mando de Juan de Marquiegui asaltó su hacienda de La Población, y aunque ella misma los enfrentó, fue apresada y amarrada al algarrobo esquinero de la plaza del pueblo. A la mañana la trasladaron, a pie, hasta Jujuy: “Llegó como lo deseaban sus verdugos, jadeante de fatiga y con los pies destrozados, pero para rabia y vergüenza de ellos, arrogante y altiva de espíritu como la causa que abrazaba”. Permaneció prisionera hasta 1817, fue encarcelada, sufrió afrentas, vejaciones y hasta castigos corporales; con audaz coraje se erigió en espía de los patriotas dentro del mismo cuartel enemigo. Diariamente informaba a Güemes de las novedades que advertía, contribuyendo así con riesgo de su propia vida, a los éxitos militares del heroico general, y particularmente, a la ocupación de la ciudad de Jujuy. Una vez en libertad, regresó a reencontrarse con sus hijas. Se trasladaron a su hacienda de Zárate, cerca de Trancas, Tucumán. Sus dos hijas mayores, Juana Josefa y Juana Manuela, se casarían con los hermanos Alejandro y Felipe Heredia, quienes llegaron a ser gobernadores de Tucumán y Salta, respectivamente. La historia oficial hace desaparecer a doña Gertrudis en aquella lejana fecha, pobre y olvidada. Pero el año pasado se descubrieron veintiséis escritos firmados por ella en el Archivo Histórico de Salta; entre ellas un documento excepcional: el testamento de Juana Manuela. Dictado en su lecho de muerte el 17 de junio de 1846, figuran entre sus cláusulas: “una niñita la cual se llama María Mercedes del Carmen que he adoptado y se halla al presente de edad como de once meses y nombro a mi señora Madre por tutora y curadora de la precitada mi hija adoptiva”. Una semana después falleció Juana Manuela, y doña Gertrudis regresó a Zárate, pero estuvo en Salta al menos en dos ocasiones más. Hasta el presente no hay registro de su deceso, aunque es apropiado pensar que fue sepultada en su hacienda, entre 1848 y 1852”.
Muchos de nuestros grandes héroes nacionales alabaron y resaltaron su continua y valiosa colaboración en bienes, servicios, sacrificios y padecimientos por la causa patriótica. Entre ellos, Juan M. de Pueyrredón, Martín Güemes, C. Saavedra y Eustoquio Díaz Vélez.
Pero fue sin dudas Belgrano el más acertado: “la Patria estaba para ella antes que todo, aún primero que los pedazos mismos de su corazón”.