Fines del siglo XIX: Mujeres segregadas de los bares y recluidas en los ámbitos del hogar familiar

Entre fines del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, la Avenida de Mayo se convirtió en el lugar de tránsito, de búsqueda de trabajo, de espera y de exhibición de los habitantes de la Ciudad de Buenos Aires, sin embargo las mujeres debían estar en la casa.

En el contexto de constitución de la familia como pilar de la sociedad y en la conversión de las mujeres como “adecuados ángeles” instruidos para ser cuidadoras invisibles de la Nación, este discurso recluyó a las mujeres en los ámbitos familiares y desalentó la presencia femenina en los cafés, bares y despachos de bebidas porteños al asignarles un doble rol dentro del ámbito del hogar como madres y esposas- reforzado sobre todo por la inmigración italiana y española- como objeto de posesión sexual, una fuente de satisfacción personal y de prestigio para los hombres.
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Sin embargo, fue recién a partir de las primeras décadas del siglo XX cuando comenzó a verificarse, aunque en determinadas ocasiones, la presencia esporádica y especifica de ciertas mujeres en los “salones familiares”–los cuales se encontraban en el interior de algunos cafés aunque acompañadas por un hombre, que podía ser su marido, su padre o bien sus hermanos, ya que la policía adosaba incuestionablemente el trabajo femenino con la prostitución.

Frecuentar un espacio público como el café, ver a su esposa acompañada de un hombre extraño, cambiar mucho de ropa, eran actos “irregulares” que en una mujer honesta inducía a creer en la inmoralidad de la misma. Las mujeres que “salían mucho solas” despertaban sospechas, eran “señaladas” apenas se presentaba la oportunidad y despertaban las habladurías del público, por lo cual se las sometía a un estricto control de vigilancia por parte de las fuerzas de seguridad de la ciudad.
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Los hombres acudían a estos cafés y se libraban a una actividad social y multiforme por diversos motivos. En principio, lo hacían para entablar conversaciones, continuar los diálogos iniciados en la calle, profundizar los vínculos sociales y tejer lazos de afinidad y amistad con un connacional o un paisano del mismo pueblo de origen -aunque no exclusivamente con él- que se acercaba a estos espacios a degustar de una taza de infusión o hacer un “alto” para beber una copa de alcohol (vino, ginebra y licores eran los tragos mas comunes) antes de emprender el regreso a
la diminuta pieza del conventillo, leer el diario, jugar a las barajas españolas, tocar la guitarra o las castañuelas, cantar la letrilla de un tango o hacer payadas y bailar improvisadamente hasta “altas horas” de la noche, sobre todo en los días festivos.

Era muy común que los hombres acudieran también a ellos para “hablar de negocios”, “arreglar asuntos” e incluso para “solucionar problemas laborales o familiares asociados con el mundo domestico”. Había además quienes esperaban por trabajo o bien otros que acudían a ellos en busca de trabajadores. Los contactos que podían anudarse entre los asistentes permitieron, en este sentido, poder acceder al empleo o bien proveerse de la información necesaria que hiciera posible intentar conseguir uno.

Fuente: «Espacios de sociabilidad porteños y vida cotidiana en los orígenes de la Argentina moderna» – Rodrigo Salinas.