El proyecto de los pueblos libres, una experiencia de lucha por la libertad, la igualdad y la tierra
La tierra que parirá al artiguismo tiene en la etapa colonial una estructura social de castas bien marcada. Contra eso se opone José Gervasio Artigas, y piensa un país libre y federal.

Son los pobres de la campaña, los indios guaraníes, los negros y gauchos, las mujeres de los rancheríos, reducidos a la miseria extrema los que combaten hasta último momento al lado de quien consideran su general. El general de los sencillos. Allí encontramos al verdadero Artigas.
La Banda Oriental durante la dominación colonial
La tierra que parirá al artiguismo tiene en la etapa colonial una estructura social de castas bien marcada. El poder de los grandes comerciantes es sobre todo poder de los esclavistas, ya que Montevideo goza de autorizaciones especiales para poder traficar hacia otras colonias y países neutrales, por eso de sus 20 mil habitantes más del 20% son negros esclavos. Junto a quienes controlan el tráfico genocida del pueblo africano están los grandes terratenientes, en especial los saladeristas. A su vez gran parte de esos latifundistas eran porteños. En la cúspide del poder se encontraba también la alta burocracia peninsular que ocupa los principales puestos militares, administrativos y de la cúpula de la iglesia. Debajo de ellos un reducido estrato intermedio de mayoría de criollos blancos de tenderos, pequeños comerciantes, funcionarios menores y bajo clero. En la parte superior de las clases populares los artesanos más “respetables” se mimetizan con esa capa intermedia pero tienen un límite claro para su ascenso social ya que, después del color de la piel, el lugar de la inferioridad social se determina por trabajar con sus propias manos para poder vivir. Blancos pobres, negros libres, mulatos, pardos, indígenas, mestizos de todo tipo ocupados en diferentes tareas, conforman el universo de lo popular en la ciudad. En lo rural un mundo de arrieros, peones, jornaleros, puesteros, agregados, y ocupantes de tierra sin título ocupan el lugar de los explotados en el sistema colonial. Pero en el caso de la Banda oriental, el estratificado sistema de dominación tiene fisuras. Se trata de un territorio de colonización tardía que permanentemente se enfrenta a las invasiones portuguesas. La necesidad de frenar esa expansión del imperio rival torna relativamente más difusas las jerarquías sociales en la campaña, y hasta la propia corona borbónica impulsará el proyecto reformista dirigido por Félix de Azara que contempla la posibilidad de repartir tierras en el norte para generar una colonización fronteriza militar que actúe cómo tapón de los avances portugueses. Aunque el proyecto naufraga, el problema de la tierra está siempre presente en la región. Una tradición más igualitarista se abre paso en las clases populares de la campaña oriental. A fines del siglo XVIII el descontento aumenta porque hay una ofensiva de las clases dominantes para quedarse con tierras que circundan Montevideo e impedir el acceso libre de las clases populares a las pasturas, aguadas, la madera de los terrenos que rodean la ciudad de Montevideo. Cuando estalla la Revolución de Mayo y el nuevo Virrey Elío, ante la amenaza del gobierno revolucionario de Buenos Aires, impulsa la regulación de los títulos de propiedad rurales para obtener más recursos, se potencia aún más el riesgo de desalojo. El antiespañolismo popular se multiplica rápidamente y se torna basamento central de las ideas que predominan en el paisanaje que se levanta en 1811. La base social principal de la revolución en la Banda Oriental será la población de la campaña y no una base urbana como la que acompaña el proyecto independentista en Buenos Aires. A su vez, hay un conflicto intra clases dominantes en el Río de la Plata que separa a la burguesía comercial oriental de la de Buenos Aires. Se trata de la rivalidad de los puertos ya que el de Montevideo es el que puede rivalizar con el de Buenos Aires en su acceso al tráfico mercantil del océano Atlántico. Esa competencia aparece en la etapa colonial y se evidencia con fuerza tras el estallido revolucionario. De allí que, por un lapso acotado de tiempo, ciertos sectores propietarios acompañen al artiguismo en sus disputas con Buenos Aires. Cuando el contenido mayoritariamente popular y plebeyo de esa coalición imponga su impronta, esa misma fracción de grandes propietarios acompañará la ocupación porteña primero y la invasión portuguesa después.
El Reglamento Provisorio de Tierras
El desarrollo de la guerra había afectado enormemente la economía de la Banda Oriental y todo el Litoral. Las sucesivas invasiones portuguesas y las partidas de bandoleros que cruzan el Rio Grande tenían como objetivo arrear ganado a su tierra. En el período de ocupación de las tropas de Buenos Aires se vende ganado a hacendados brasileños y se paga a proveedores de las fuerzas militares con vacas. Los grandes comerciantes de la burguesía comercial oriental y los ingleses aprovechan las faenas clandestinas impulsadas por caudillos locales y jefes militares, incluso de las fuerzas artiguistas, para enriquecerse por medio de la venta de cueros. La destrucción de la riqueza ganadera ha alcanzado un alto grado. Las propias facciones terratenientes impulsan retornar al “orden” en la campaña terminando con las partidas de gauchos que viven de la vaquería y buscando garantizar que los habitantes libres de la campaña se transformen en mano de obra de las haciendas, reconstruyendo su poder económico y social que el conflicto ha trastocado. Pero la solución que propone Artigas en Septiembre de 1815 no va en ese sentido, aun haciendo hincapié en la persecución de “vagos y mal entretenidos” y en el establecimiento de la papeleta de conchabo. Por el contrario, se trata de una solución antagónica con el proceso que se da de este lado del Río de La Plata donde se propone exclusivamente la coerción, el cepo y la amenaza de la leva así como la instauración de la papeleta de conchabo que certifique que cada gaucho trabaja bajo patrón. Ese proceso que comienza de manera visible en el gobierno del Directorio con Posadas y que cristaliza con el poder de Rosas y el saladero, tiene su contracara en la Banda Oriental. Si se necesita recuperar la economía y la cantidad de ganado, y acabar con el saqueo, el eje de la solución artiguista no está en la represión sino en transformar en propietarios a las clases populares de la campaña. Los afectados por la expropiación serán “los emigrados malos europeos y peores americanos”. Son los enemigos centrales del artiguismo, los europeos que han combatido la revolución y sostuvieron durante casi 4 años la ocupación española de Montevideo; pero también incluye a los terratenientes porteños y bonaerenses que tienen una notable cantidad de tierras en la Banda Oriental, así como un grupo de latifundistas orientales que se ha enfrentado con el artiguismo desde sus inicios, en muchos casos emigrando hacia Buenos Aires. Pero el tipo de tierras a repartir no termina allí, ya que el artículo 13 incluye los terrenos que se hayan vendido o donado por el gobierno de Montevideo desde 1810 a 1815, es decir el período tanto de ocupación española como porteña de la ciudad, hasta su recuperación por los orientales. Ese artículo afecta directamente a las principales familias de Montevideo que han realizado un conjunto de negociados con las distintas ocupaciones de la ciudad. Esos negociados abarcan apropiación de tierras por medio de transferencias falsas, control de propiedades por medio de testaferros, protección a familias peninsulares afectadas por la política de expropiación de la revolución intentando mantener sus bienes a salvo de toda división, el abastecimiento por medio de sobreprecios de las distintas fuerzas militares, entre otras acciones que han enriquecido a los más grandes ganaderos y comerciantes orientales mientras las clases populares se han empobrecido aún más durante la guerra revolucionaria. El reparto de esas tierras tira abajo gran parte de ese proceso de saqueo. Una reacción de clase que no se confunde con algunos enunciados del Reglamento, como cierta historia académica, sitúa rápidamente a esas familias en la oposición total a la aplicación del reparto, aunque todavía no lo pueden asumir públicamente. Aprovechando su control del Cabildo de Montevideo evitan los nombramientos de los encargados de llevar adelante la distribución, alientan el desalojo compulsivo del gauchaje de los campos y mantienen conexiones con exiliados españoles, porteños y orientales a los que les aseguran el pronto retorno a sus propiedades. Enfrente de esa trama de poder se levanta la enorme expectativa de los desposeídos de la campaña. Son “los más infelices que serán los más privilegiados”. Los Negros, zambos, pardos, indígenas, gauchos pobres, las viudas de los que han muerto en la guerra revolucionaria. El Reglamento les asegura una legua de frente y dos de fondo con aguada con el requisito de formar un rancho con dos corrales en el plazo máximo de dos meses, ya que si no perderán la propiedad después de un proceso de intimación. La necesidad de restablecer el trabajo y el stock ganadero en la campaña no admite dilación. Otro artículo pone otro límite decisivo, quienes reciban esas estancias no las pueden enajenar ni vender “hasta el arreglo formal de la provincia”. Esa disposición impide que por diversas presiones la tierra termine en manos de las terratenientes orientales, sea por ventas bajo presión o por medio de testaferros, como sucederá en la Provincia de Buenos Aires poco más tarde con la ley de enfiteusis de Rivadavia. Sólo ciñéndose a la letra del Reglamento queda clara la importancia de la transformación que se quiere llevar adelante. De todas formas, limitarse a la letra de lo escrito lleva a un análisis absolutamente erróneo. El punto es entender cómo interpretan el Reglamento “los más infelices”. Como sucederá casi un siglo mas tarde en otras geografías, por ejemplo con los campesinos zapatistas en la revolución mexicana de 1910, los humildes no esperan. Hacen caso omiso de las demoras, trabas y trampas que lanza el Cabildo de Montevideo. Se lanzan a repartir las tierras por sí mismos y en muchos departamentos se trata de tierra de terratenientes orientales que supuestamente forman parte del bando artiguista. Una célebre carta dirigida a Artigas por un personaje emblemático de las milicias orientales, el pardo Francisco Encarnación Benítez, un gaucho analfabeto que se transforma en líder del gauchaje sublevado, evidencia por sí sola el estado de los paisanos en la campaña. Cuando el Cabildo de Montevideo, enterado de la ocupación de tierras del latifundio de los Albín ordena desalojar a los ocupantes, Encarnación dicta una carta para que llegue a manos de su jefe la verdad de lo que está sucediendo. Allí asegura “la entrega de las estancias de Albín al poder de éstos, es abrir un nuevo margen a otra revolución peor que la primera…el clamor general es, nosotros hemos defendido la Patria y las haciendas de la campaña, hemos perdido cuanto teníamos, hemos expuesto nuestras vidas por la estabilidad y permanencia de las cosas ¿Y es posible…sean estos enemigos declarados del sistema los que ganan, después de habernos hecho la guerra y tratarnos como a enemigos…son ellos los que ganan y nosotros los que perdemos?”. Para terminar preguntando “El asunto es que V.E. me diga si la devolución de los campos usurpados por los albines, es de su voluntad o no y si el Cabildo de Montevideo procede de acuerdo con V.E. o no” Desde el respeto a su líder el pardo no habla con uno de los “señores” de la campaña, habla con el jefe de la revolución de igual a igual, sin esconder una palabra de su pensamiento ni buscar frases más amables que edulcoren el discurso. Es un signo de cómo el gauchaje ha tomado como propio los sueños de libertad y tierra. En esa coyuntura la grandeza de Artigas se yergue en toda su dimensión. No se inclina por las familias que forman parte de su propia clase. Cuando el gauchaje se derrama sobre los campos de los Albín, los Uriarte, los Martínez, desconociendo las intimaciones judiciales y amenazas de desalojo del Cabildo, Artigas no intenta defender hacendados, argumentar la necesidad de orden en la campaña, usar su inmenso prestigio para proteger a los grandes propietarios que afirman estar de su lado. Por el contrario, ordena al Cabildo que las tierras de los Albín entren en el reparto y no habrá ninguna resolución que vuelva atrás con una sola de las ocupaciones que el paisanaje lleva adelante por su cuenta. La guerra, la dinámica de la revolución radicaliza a las clases populares y a su jefe. Ese proceso hace que en el imaginario popular se construya una identificación del enemigo que incluye a la totalidad de las clases propietarias, sean orientales o no, mientras que los patriotas verdaderos son los más pobres, los excluidos, un “nosotros” popular, plebeyo, de abajo, que se opone a un “ellos” de arriba. La coalición social que era el artiguismo sufre un nuevo proceso de disgregación y la mayoría de los grandes propietarios la abandonan. Conspiran jugando a esa altura una sola carta: la invasión portuguesa, a la que recibirán con los brazos abiertos.
Las causas de la derrota
Sin duda la convergencia de las tropas portuguesas con los ataques del gobierno del Directorio contra las provincias de la Liga Federal y la defección de los principales ganaderos y comerciantes orientales modifican las relaciones de fuerza existente. El artiguismo comienza una heroica resistencia pero ya está a la defensiva. Sin embargo el conflicto llevará a la aparente victoria de las fuerzas artiguistas en 1820 pero esa victoria se transforma, paradójicamente, en su definitiva derrota. La estrategia que construye el caudillo oriental para enfrentar la invasión se basa en desgastar por medio de las guerras de guerrillas a las fuerzas portuguesas, llevar la guerra a territorio de Brasil por medio de la coalición de tribus guaraníes que conduce su ahijado Andresito Artigas y derrotar al Directorio para lograr que Buenos Aires le declare la guerra a Portugal estableciendo una guerra revolucionaria en dos frentes contra los dos potencias coloniales que conspiran contra la independencia de los pueblos. Cuando las fuerzas que conducen el caudillo entrerriano Francisco Ramírez y el gobernador santafecino Estanislao López triunfan sobre las tropas del Directorio en Cepeda e ingresan a Buenos Aires, el triunfo parece logrado. Los hombres de la Liga llevan el mandato de que se declare la guerra a Portugal y se provea de armas y hombres a las fuerzas revolucionarias. El desmoronamiento de los ejércitos que defienden al gobierno de Buenos Aires o su desobediencia ha sido fundamental para el triunfo. El ejército libertador instalado en Chile decide desobedecer, a pedido del general San Martín, el pedido del Directorio de retornar para atacar las fuerzas montoneras y marcha hacia el Perú decidido a lograr la derrota definitiva de España. El ejército del Norte dirigido por Belgrano, por el contrario baja a combatir las tropas federales, pero al llegar a la posta de Arequito una desobediencia masiva de sus oficiales y soldados, que se niegan a intervenir en la guerra civil, disuelve definitivamente esa fuerza. El desenlace sin embargo no se conduce a coronar la estrategia de Artigas. La Junta de Representantes de la Provincia de Buenos Aires elige como gobernador a un viejo enemigo del caudillo oriental, Manuel de Sarratea. Bajo su impulso se firma el Tratado de Pilar entre Buenos Aires, Entre Ríos y Santa Fe. El acuerdo no dice una palabra de declarar la guerra a Portugal. Además, una clausula secreta establece que se le entregará armamento a Ramírez para que ataque a Artigas si éste, como es previsible, se niega a aprobar el tratado. El caudillo entrerriano se vuelve contra Artigas y lo derrota en sucesivas batallas. Vencido, el jefe oriental marcha hacia su exilio en tierra paraguaya donde morirá en 1850. Las razones de ese giro hay que buscarlas en varios factores: por un lado Ramírez y López reciben la noticia de un verdadero desastre militar en Tacuarembó ante las fuerzas portuguesas, donde los orientales tienen más de 800 muertos y centenares de prisioneros; a su vez la clase dominante porteña y bonaerense acicatea las ambiciones personales de Ramírez, que lo llevarán poco después a proclamar la efímera República de Entre Ríos. Pero sobre todo, la razón principal para la traición es que las clases propietarias provinciales de Santa Fe y Entre Ríos ven destruida su economía, en particular el stock ganadero, y no están dispuestas a emprender nuevos sacrificios en una guerra contra Portugal. Tienen muy presente, además, la solución que dio Artigas al problema de la tierra en la Banda Oriental y la repudian. No los enfrenta a Buenos Aires un proyecto económico diferente sino el lugar subordinado que ocupan en él. El caudillo santafecino López recibe 20 mil cabezas de ganado que le permiten recomponer la economía de su provincia. El principal aportante para esa entrega es un terrateniente bonaerense que se ha dedicado a amasar una cuantiosa fortuna y construir un poder militar propio en la Pampa organizando milicias rurales, mientras se desarrollaba la guerra de la independencia en la que prácticamente no interviene. Se trata de Juan Manuel de Rosas. La derrota del proyecto artiguista es el triunfo de la gran propiedad latifundista de los terratenientes bonaerenses que se alían, en esa coyuntura, a la burguesía comercial porteña. Para afianzar su poder deben apoderarse y deformar el ideario federal que el artiguismo construyó.
Fuente: marcha