El crimen de Ramón Falcón
El 14 de noviembre de 1909 Simón Radowisky mató al jefe de policía y a su secretario Alberto Lartigau. El funcionario estaba en la mira desde hacía tiempo por sus violentos métodos represivos de marchas obreras.

La mañana del 14 de noviembre de 1909 volvía en su carruaje del cementerio de la Recoleta tras despedir los restos de su amigo Antonio Ballvé, ex director penitenciario, quien había fallecido a causa de un paro cardíaco.
Ramon Falcón estaba acompañado por su secretario privado Alberto Juan Lartigau y se movilizaban en carruaje modelo mylord muy desprotegido parecido a un mateo de los de Palermo.
En la esquina de Callao y Quintana el joven Simon Radowitzky esperaba la llegada de la caravana proveniente del cementerio, fue cuando vio el carro Mylord que en su interior, el coronel Falcón charlaba con su secretario, Juan Lartigau. La conversación lo tenía tan ensimismado que no advirtió la extrema cercanía de aquel joven vestido de negro, que sin mediar palabras le arrojó un paquete que fue a dar al piso del coche entre sus piernas. Falcón no tuvo tiempo de reaccionar, un terrible estruendo rompió el rodado y lo arrojó junto a su acompañante sobre el empedrado de Quintana. Sus piernas quedaron destrozadas al igual que las de Lartigau. Para cuando llegó la asistencia pública, los dos estaban prácticamente desangrados. Fueron trasladados de urgencia al Hospital Fernández, donde morirían horas después.
Simón Radowitzky luego de arrojar la bomba, corrió por Callao hacia el Bajo, pero fue perseguido por policías y civiles que lo arrinconaron contra una obra en construcción. Al verse acorralado, extrajo un revólver y tras gritar con un inconfundible acento ruso “viva la anarquía”, se disparó un tiro sobre la tetilla izquierda. Los nervios le jugaron una buena pasada y sólo se produjo heridas leves. Tras el disparo sus perseguidores se arrojaron sobre él y lo condujeron casi a la rastra hasta la comisaría 15, donde fue salvajemente torturado en sucesivos interrogatorios. Radowitzky se negó a hablar y sólo decía: “tengo una bomba para cada uno de ustedes” y “viva la anarquía”. Nunca dirá el nombre de los compañeros que colaboraron en el atentado. Con el tiempo se supo que fueron al menos cuatro.
Cuando todo indicaba que iba a ser sumariamente condenado a muerte, un tío de Simón, Moisés Radowitzky, de profesión rabino, aportó su partida de nacimiento que determinaba que era menor de edad, lo que evitó el fusilamiento. Se sustanció un proceso de una rapidez inusitada para los tiempos de la justicia argentina y se dictó una sentencia que no registraba antecedentes: se lo condenó a prisión por tiempo indeterminado y a ser sometido a pan y agua durante veinte días cada año al cumplirse los aniversarios del atentado.