Carlos Pellegrini y la fundación del Jockey Club

Sin duda alguna el Jockey Club se convirtió en el signo más representativo de status y prestigio social entre la oligarquía argentina de la época.

Se fundó en Buenos Aires el Jockey Club el 15 de abril de 1882. Su impulsor más decidido, y también primer presidente, es el doctor Carlos Pellegrini, secundado en la empresa por un entusiasta conjunto de caballeros representativos de la actividad política y económica del país.

La idea que los ha animado fue la de dar origen en nuestro medio a una entidad capaz de organizar y regir la actividad turfística, hasta ahora fruto de emprendimientos dispersos y poco redituables. Además, se espera con este club crear un centro social de primer orden, similar a los mejores clubes europeos que tan bien conocen las más influyentes familias argentinas durante sus viajes por Francia e Inglaterra. Ambos objetivos quedaron enunciados claramente en el artículo primero del Estatuto de la institución, que expresaba que el Jockey Club sería un centro social, pero también una asociación que propendería al mejoramiento de la raza caballar. Cabe recordar que la idea de crear este club comenzó a gestarse después determinado el hipódromo de Palermo en 1876.

La vida social del Jockey Club, durante sus primeros años, se desenvolvió en distintas residencias alquiladas, todas ellas ubicadas en la zona céntrica de la ciudad de Buenos Aires, pero una nómina societaria en constante aumento pronto aconsejó la edificación de una sede propia, que estuviera en un todo de acuerdo con la creciente jerarquía que el club había alcanzado en su etapa germinal.

Un paso capital al respecto se tomó en 1888, cuando se adquirió un predio en la calle Florida entre Lavalle y Tucumán, ubicación inmejorable del Buenos Aires de fines del siglo XIX. Después de llamar a concurso de proyectos, las autoridades del Jockey Cllub resolvieron la inmediata iniciación de las obras, según planos del arquitecto austríaco Manuel Turner. Durante el proceso constructivo, que se extendió por nueve años, el programa original fue completamente modificado, firmando la obra definitiva el ingeniero argentino Emilio Agrelo.

Una soberbia fachada sobre Florida, impactante recepción y escenográfica escalera; suntuosos salones, vasta sala de armas y acogedor comedor; sus elegantes características contribuyeron para que, desde el momento mismo de su inauguración, el 30 de septiembre de 1897, el palacio del Jockey Club se transformara en el centro predilecto de la actividad social más encumbrada de la ciudad. En su moblaje y adorno tuvo mucho que ver Carlos Pellegrini, quien se ocupó personalmente del arreglo definitivo de la casa hasta en sus mínimos detalles, contando para ello con la colaboración de Miguel Cané, que desde París, donde cumplía funciones como ministro argentino, remitió los lujosos cortinados, las espesas alfombras, las panoplias, las arañas de finísimo cristal e incluso los faroles para el frente del edificio.

Con el correr del tiempo la casa sufrió diversas modificaciones. Ante todo se adquirieron varios solares vecinos, posibilitando la ampliación de las instalaciones y la construcción de un edificio anexo para las oficinas administrativas. Sucesivas reformas, llevadas a cabo en 1909 y en 1921, permitieron adaptar los salones a los cambios producidos en las modas y en el gusto, a la vez que, con asesoramiento especializado, se formó una valiosa colección artística, en la que se destacaban pinturas firmadas por Louis-Michel Van Loo, Goya, Bouguereau, Corot, Monet, Sorolla, Anglada Camarasa, Fantin-Latour, Carrière y Favretto. Junto a las de los artistas extranjeros también lucían numerosas telas de maestros argentinos como Sívori, Gramajo Gutiérrez, Bermúdez, Quinquela Martín, López Naguil, Fader, Cordiviola y Aquiles Badi, formando el conjunto una verdadera galería de arte, que algunos socios del Jockey Club no vacilaban en considerar como «nuestro pequeño museo».

Por el lujo de sus salones, por su magnífica biblioteca permanentemente enriquecida y por el prestigio de su colección artística, el palacio del Jockey Club fue ambiente privilegiado para aristocráticas recepciones, y en él también se acostumbraba agasajar a los visitantes ilustres que arribaban a Buenos Aires. La nómina de quienes ingresaron por su pórtico de honor entre 1897 y 1953 incluye presidentes extranjeros como Campos Salles del Brasil y Pedro Montt de Chile, y miembros de la realeza europea, como la Infanta Isabel de Borbón, el príncipe Enrique de Prusia, el Duque de los Abruzos y el Príncipe de Gales (más tarde Eduardo VIII), pero también hombres representativos de la vida política y cultural internacional, como Georges Clemenceau, Theodore Roosevelt, Guillermo Marconi, Anatole France y Santos Dumont.

Por entonces, el Jockey Club disputaba su prestigio con el Club del Progreso, el otro destacado club de la élite porteña. Una de las primeras características sobresalientes que encontramos es que los clubes de elite, han sido creados, y mantenidos en su mayoría hasta la actualidad, como clubes de hombres. El socio es siempre el hombre, la mujer se limita solamente a ser esposa de socio, y de hecho solo los hijos varones serán aquellos que puedan ingresar al club como socios.