Antonio Bermejo

Fue un espíritu admirablemente equilibrado, y reconocido por sus contemporáneos como el prototipo del hombre en quien se armonizaban las dotes superiores definitorias de las personalidades consulares. Consagró toda su vida ejemplar, duradera, y educadora al servicio de la Nación.

Antonio Bermejo (Chivilcoy, 2 de febrero de 1853 – Buenos Aires, 19 de octubre de 1929) fue un abogado, juez y político argentino de la Unión Cívica Nacional que luego de ser diputado, senador y ministro fue nombrado en 1903 por el presidente Julio Argentino Roca con acuerdo del Senado como miembro de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, desempañándose como presidente de la misma desde 1905 hasta su muerte.

Entre 1895 y 1897 fue Ministro de Justicia e Instrucción Pública del gobierno de Uriburu y durante su gestión como ministro fundó la Escuela Industrial, la Escuela de Comercio para mujeres (la cual lleva su nombre), el Museo de Bellas Artes, y presidió la instalación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.

Entre 1898 y 1902 fue diputado nacional, siendo designado por el presidente de la Nación Julio Argentino Roca para intervenir como representante argentino en la Conferencia Panamericana realizada en 1901 en México.

En 1901, como delegado oficial de nuestro país, intervino en el Congreso Panamericano reunido en México, siendo el campeón del arbitraje obligatorio, y presidió el de Buenos Aires (1910). Vuelto al país, el presidente general Roca lo nombró vocal de la Suprema Corte de Justicia, y al morir, el Dr. Bazán fue designado presidente el 10 de mayo de 1905. Desempeñó ese elevado cargo hasta su fallecimiento, ocurrido en Buenos Aires, el 19 de octubre de 1929.

Su desaparición provocó hondo pesar, y en el acto de la inhumación de sus restos hablaron distinguidas personalidades. En su oración fúnebre, Alfredo Colmo evocó a Bermejo como el hombre que, durante su vida entera, siempre autoridad; “lo fue como profesional, por el dominio del derecho, de sus principios, de su técnica y de su aplicación; lo fue como profesor, cuya enseñanza, remontándose a lo alto, educa y enaltece el espíritu del alumno; lo fue como ciudadano, particularmente mediante su acendrada integridad de carácter y su indiscutida elevación moral; lo fue como representante del país en congresos internacionales en que se discutieron intereses públicos superiores y delicados, y donde acentuó su cultura, su ponderación, su tacto exquisito y su hondo patriotismo; lo fue como legislador, con proyectos y gestos que son hoy todavía una lección; lo fue como ministro, planeando regímenes, creando escuelas y facultades, disciplinando la tierra pública y marcando orientaciones que perduran por su solidez y su previsión admirables”, agregando que como magistrado lo fue simplemente ejemplar, entendiendo que el mejor elogio de Bermejo era éste: “¡Ha sido nuestro Marshall!”. Octavio Amadeo realizó una hermosa semblanza del “Juez Bermejo”, a quien llamó con acierto “el cancerbero de la jurisprudencia”, subrayando también la similitud de su itinerario vital con la del Juez Marshall.

Falleció en Buenos Aires el 19 de octubre de 1929, a los 76 años.