1896 – Cuando Buenos Aires fue azotado por langostas

La lucha para combatirla tuvo distintas etapas y herramientas a lo largo de la historia.

Si bien la langosta se conoce en nuestro país prácticamente desde la primera fundación de Buenos Aires, es desde mediados del siglo XIX, al extenderse la superficie cultivada en varias provincias, cuando ella se convierte en un temible enemigo de los cultivos en la región pampeana, mesopotámica y otras.

La ley 3.490 apuntaba a medidas para combatirla después de los ataques que efectuara ese año en Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos30 y de que, en 1896, destruyera inclusive árboles de la propia Plaza de Mayo en la Capital Federal.

Entre los registros históricos, la primera gran plaga se menciona en septiembre de 1896. Los diarios publicaron la noticia de que los árboles de Plaza de Mayo quedaron pelados por el paso de la plaga. Unos días antes se habían publicado informes de Santa Fe que decían: «La ciudad quedó sumida en la oscuridad por una inmensa nube de langostas». En simultáneo, se recibían reportes de los estragos causados en San Nicolás y Baradero.

Por este motivo se creó la Dirección Nacional de Defensa Agrícola. Antes, según se puede leer en los informes históricos del Senasa, en 1891 se había formado una Comisión Nacional de Extinción de Langosta.

En 1898 se promulgó una ley nacional sobre extinción de la langosta. En sus 30 artículos establecía las bases para luchar contra ella, aunque algunas de las medidas indicadas eran imposibles de llevar a la práctica durante esos años, pues exigían la movilización de numerosas personas y recursos que ni el Estado nacional ni los provinciales estaban en condiciones de aportar.

En 1903, La Nación publicó un extenso informe sobre una novedosa fórmula norteamericana para combatirla. Por medio de una aguja de platino, se inyectaba a la langosta con un hongo y se la volvía a mezclar con el resto. Según se explicaba, el contagio acababa con el acridio en apenas 24 horas.

Pero la campaña más agresiva se realizó a partir de 1946. Para el campo argentino, fueron momentos dramáticos. Las zonas adyacentes a los caminos y las vías férreas, terrenos secos y duros, fueron un área fértil para la reproducción del insecto. Cada langosta puede poner entre 80 y 120 huevos. Tal fue la magnitud de las mangas que llegaron a interrumpir el pasos de locomotoras. Así lo explicaba un informe desde Córdoba, publicado por La Nación el 19 de diciembre de 1946: «Algunos trenes sufrieron entorpecimientos para desplazarse y debieron detenerse por la invasión de la saltona».

El personal ferroviario y de vialidad fue capacitado por la Dirección Nacional de Acridiología en los 40. Les enseñaban a fabricar barreras de chapas que podían tener hasta varios kilómetros. También a maniobrar los lanzallamas con los que se atacaba a las langostas que quedaban detenidas en las barreras (en sus etapas de crecimiento, no pueden volar). «Los pobladores del Delta, una de los lugares más afectados, recibieron 40 lanzallamas, 100 máquinas para espolvorear a mano, 60 equipos protectores, 1500 kilos de polvo langosticida y 2000 de gasoil», decía la nota.

El método del lanzallamas provocó múltiples accidentes y varias personas sufrieron quemaduras de gravedad. La herramienta se utilizaba luego de que los insectos quedaran atrapados en la barrera. Pero incluso más peligrosa fue la utilización de plaguicidas por parte de los trabajadores que, sin conocimiento sobre la gravedad del tema, aplicaban los productos sin ningún tipo de protección.