1888 – Huelga de panaderos
Los dulces argentinos tienen nombres que hacen mofa del diferentes estamentos del Estado, gracias a la importancia que el movimiento anarquista tuvo en el país.

En 1880, Ettore Mattei llegó a la Argentina. Europa se había convertido en un lugar peligroso para los militantes anarquistas y Buenos Aires parecía un lugar más seguro para seguir luchando por los derechos de los trabajadores. Cinco años más tarde y después de un periplo que le llevó por Suiza, España, Rumanía, Francia, Bélgica, Inglaterra e incluso Egipto, también llegó a la ciudad del Plata Enrico Malatesta.
Si bien Mattei y Malatesta conformaron dos grupos diferenciados que actuaban de manera no coordinada, en 1887, ambos se juntaron para fundar la Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos, el primer sindicato de panaderos de la República Argentina, cuyo ideario se basaba en la acción directa y la huelga revolucionaria.
Malatesta se encargó de la redacción de los estatutos, cuyo artículo primer era «Lograr el mejoramiento intelectual, moral y físico del obrero y su emancipación de las garras del capitalismo», y Mattei desempeñó los cargos de secretario gerente del gremio y redactor jefe de El Obrero Panadero, órgano de difusión del sindicato, que se publicó desde 1894 a 1930.
Un año después de la fundación del sindicato, los panaderos decidieron organizar una huelga para reclamar mejoras en sus condiciones de trabajo. Los alquileres y la comida habían subido y los salarios no alcanzaban. Entre sus exigencias estaban un aumento del 30% en el sueldo, un kilo de pan por día, que se les pagasen los salarios por semanas y la eliminación de las jornadas nocturnas.
El paro, que duró diez días gracias a la caja de resistencia organizada por los trabajadores, no solo consiguió que se atendieran las reivindicaciones de los obreros, sino que ayudó a impulsar la creación de otras organizaciones obreras anarquistas. Además, para dejar constancia de su triunfo y de su ideario, los panaderos decidieron hornear dulces cuyas formas y nombres hacían mofa de diferentes estamentos sociales como la policía, la iglesia o el ejército.
De este modo, unos dulces alargados fueron llamados vigilantes, en referencia a los palos con los que iban armados los policías. Otros rellenos de crema o dulce de leche se llamaron bombas y cañoncitos, como burla al ejército. Entre aquellos que hacían mofa del estamento eclesiástico estaban los sacramentos y los suspiros de monja, también llamados bolas de fraile.
La broma caló entre la población, incluidas las clases oligarcas, y en la actualidad esas denominaciones se siguen utilizando, aunque posiblemente muchos de los compradores desconozcan el origen revolucionario de esos nombres.
Fuente: agenteprovocador